Caro Guttmann, la tradición que mantiene el espíritu de un pueblo

Llegué en bicicleta a la casa de Caro Guttmann después de pedalear un buen rato y recibir unos garabatos por no respetar un ceda el paso en una intersección. Los garabatos y las buenas conversaciones tienden a sacarte del ensimismamiento que a veces amenaza con llevarte al otro lado.

A la Caro la conozco desde hace algunos años y cada vez que puedo la voy a ver tocar con su grupo Los Celestinos en alguno de los pubs donde suelen estar. Alguna vez la he visto tocar sola en la casa de algún conocido, pero su sonido ahí es bien distinto al que tiene cuando está al frente del grupo. Por eso quería entrevistarla y escucharla a ella con su guitarra, oírla cantar un par de canciones, comentar el clima, hablar un par de trivialidades y listo. Lo que encontré fue mucho más que eso. Fue una búsqueda por la tradición para poder conectar el tiempo, el hilvanar un camino a través de la sabiduría y la intuición que van dejando los años, el vivir con hambre y ganas de entender lo que hay que entender. Aquí va la entrevista con canciones intercaladas.

 

¿Cómo empezaste en la música?

En el colegio era muy fanática de Perales, teníamos un trío con unas compañeras. Cantábamos las canciones con coros, una guitarra. Participábamos en los festivales escolares y los ganábamos. Yo vibraba. Después empezamos a componer.

Yo crecí en un ambiente judío así que todas las canciones eran para Israel. Tiempo después escuché esas letras y me di cuenta de lo que decían y dejé de componer. Cerré esa etapa. Pero de niña siempre quise ser cantante y mi mamá me decía: ¡Que vas a ser cantante si cantas como cantante de micro! Pero era mi sueño.

Retomé la música al escuchar la música tradicional, que no me gusta llamar folclor. Yo estudié literatura, pero nunca conecté mucho. El último año de carrera tuve un taller de poesía en décima y fue una luz en el camino. Debíamos escribir un libro en décimas.

Yo tomé un personaje del Obsceno Pájaro de la Noche de Donoso e hice un pequeño libro sobre ese personaje y las conjeturas en torno a él. Ahí vi que en la estructura que sostiene la tradición había algo. Junté un poquito de plata y me fui al sur un verano, a dedo. No quería dedicarme a la literatura, ni ser profe, ni garzona por siempre. Así que a dedo al sur, buscando el campo y el mar, buscando aventuras, conociendo gente. Así llegué a Chiloé y me enamoré de la isla y de un chilote. Me fui para allá. Ahí tuve un cambio de mirada. Era súper urbana, muy santiaguina. El folclor me cargaba, lo encontraba fome. Había tenido contacto solo con los grupos de proyección folclórica, que además estaban vinculados al mundo de la dictadura. Ese era el referente que tenía.

Descubrí en Chiloé la tradición de las cosas en vivo y en directo, estar ahí viendo al servicio de qué está la música. Empecé a entender de qué se trata la música tradicional. Así que empecé a aprender. Tuve harta relación con músicos campesinos, una relación afectiva. Empecé a ir mucho al campo y me acerqué a una familia, la familia Navarro Barría, así que comencé a seguirlos donde fueran, a las tocatas que tuvieran.

¿Qué tocatas eran?

Cumpleaños, nos juntábamos en casas y salía la guitarra, el acordeón. Los domingos íbamos visitando las casas y salían las guitarras y los cancioneros.

La gente en el campo se aprende las canciones de dos maneras. La mexicana la aprenden escuchando la radio y anotando la letra en un cancionero. Esos cancioneros ahora están súper viejos y sus páginas son verdaderas telas de cebolla.

La otra forma de aprenderse una canción es escuchando a los mayores. Tienen de niños la fiesta en la cabeza, y reproducen el canto a la antigua, porque tampoco lo han registrado. Muy pocas veces vi un casete por ahí dando vueltas, siempre en mal estado, todo humedecido. No hay muchos registros.

Se toca mucho mexicano en los campos de Chiloé.

¿Cuánto tiempo viviste en Chiloé?

Viví en Castro como siete años. Estuve estudiando teatro esos años así que iba y venía. Pero viví siete años allá. Establecida, con casa, con cama, con todo.

¿Echas de menos?

Si, echo de menos. Echo de menos la vida en general en Castro, en Chiloé. Se viaja harto por la isla. La vida es más tranquila, se conoce la gente, se conversa mucho. hay tiempo para cocinar, para estar afuera, para ver tus plantas.

¿Y la lluvia no te complicaba?

Igual te adaptas, no te queda otra. Pienso que Chiloé no es un lugar para estar solo. Hay que vivir en familia. El invierno es muy crudo, llueve mucho, es rudo. Recuerdo un invierno después de como dos años en que cuando me levantaba abría la cortina para ver el cielo, y éste estaba siempre gris, día tras día. Como al tercer mes deje de abrir la cortina. Era como levantarse de noche.

Hay otras ciudades en el mundo donde llueve harto y existe una alta tasa de suicidios. Esto parece no ocurrir en Chiloé. El chilote no parece estar agobiado por el clima.

Es porque lo sostiene la naturaleza, el chilote está muy conectado con su entorno. Castro es una mezcla entre pueblo y ciudad, pero toda la gente tiene familia en el campo, y es ahí donde se llevan a cabo las actividades tradicionales. Sigue existiendo el trabajo comunitario, la minga está súper presente en Chiloé.

¿Existen afuerinos en Chiloé? ¿Había más gente como tú? Recuerdo que años atrás estaba en Porvenir, en Tierra del Fuego. La mitad del pueblo venía de Chiloé, habían dejado la isla por motivos económicos.

Chiloé igual ha pasado por varios procesos, pero hay un momento a mediados del siglo pasado donde todos los hombres tuvieron que irse porque no había comida, ni forma de comercio alguno. Solo estaba la huerta familiar, así que todos los hombres salieron a buscar trabajo y llegaron a la Patagonia, a trabajar en las estancias, en la papa, las ovejas, talas de bosques, de alerces, de cipreses. Y el chilote salía durante el año y volvía en los veranos, mientras tanto manda encomiendas, manda plata, manda cartas, pero pasa afuera todo el año, y así empieza a poblar la Patagonia, a construir las ciudades. También se fueron a Argentina, a Río Gallegos, a Ushuaia. En la cultura sureña el chilote representa la figura del obrero, de persona hecha para el trabajo pesado. El chilote es una mezcla entre el mapuche y el gallego, una mezcla cultural súper sincrética, incluso en la mitología. Hay mitos que son súper fundidos, como el Caleuche, que empieza de un lado y con la llegada de los españoles se transforma en otra cosa.

¿Qué música aprendiste en Chiloé?

Principalmente cueca, cueca chilota. Todo el repertorio de la familia Navarro Barría. Yo voy ahora los veranos y siempre pasan los cabros a verme y cantamos y tocamos. Nos juntamos en la casa del abuelo, la casa de la señora Orfelia. Florindo me pide a veces que lo acompañe a una peña.

¿Qué diferencia hay entre una cueca centrina y otra chilota?

Es súper poca, la cueca centrina parte con la copla, seguidilla, remate. La cueca chilota son puras seguidillas.

Esa es una cueca chilota de la familia Barría. Muy distinta a las de los grupos de proyección folclórica, que son cuecas hechas para el turista. Yo creo que cada territorio es distinto, pero el tema de la memoria se está retomando con mucha fuerza. Las familias están preocupadas de buscar en su pasado. La familia Barría por ejemplo, son los nietos del cantor, y están muy preocupados de mantener de donde vienen. Por otro lado siempre van a existir grupos que no se van a dedicar al estudio, a la investigación, que no van a tener un vínculo afectivo real con el pasado. No porque no sea real lo que sienten, pero es más una idea del pasado que una relación afectiva con el pasado. Entonces desde ese lugar hay una interpretación más lejana, más pintadita a mano. Las formas se empiezan a estilizar, lo desafinado se afina, y se pierde el origen en la interpretación.

Yo creo que en general la gente que se está acercando al folclor como fuente de alimento, está buscando el origen. Hoy estaba pasando por el parque forestal, a la altura del Bellas Artes y podía sentir en esos edificios curvos la presencia viva de los años 40, y pensaba que suerte que transite conmigo, poder sentir esos años en mi voz, porque el que canta, canta con sus antepasados. Creo que todos los que somos artistas queremos que eso nos pase, porque es una voz más poderosa. Nos conecta con un poder histórico, intangible, y eso es lo que mantiene el espíritu de un pueblo.

¿Ves una tendencia a recuperar la tradición? ¿Cuál es la motivación detrás de todo eso?

Saber de donde uno viene. Hay una falta de pensarse a sí mismo y de autoconstrucción súper grande a nivel de sociedad en Chile. Cada territorio en su mundo y no tenemos idea del otro. No sabemos qué hacer cuando estamos juntos, a qué acudir, porque no tenemos idea que había para atrás. Yo siento que lo que está sucediendo ahora estaba sin duda ocurriendo en los 60s y 70s. Ese proceso fue mutilado y se está retomando.

De todas formas no ocurre todo de la misma manera en todos lados. Por ejemplo en Chiloé esta cueca no se baila. La gente la va a escuchar. Es una pieza del pasado que se trae al presente. En Santiago con la cueca brava, que también son piezas del pasado, se baila. La gente no va a otra cosa que no sea a vivirla. Cada territorio tiene una mirada distinta en relación a su historia. Siento que lo que nos pasa a los santiaguinos con el tema de la cueca brava es que queremos experimentar, vivir la popularidad, la calle, el local chiquitito donde se juntan las personas a conversar. Aunque mi mama no haya sido cantora, ni popular, mi derecho es estar ahí y bailarlo. Creo que esto llegó para instalarse y apoderarse de las personas. Y no solo con la cueca brava. Siento que la mayoría está tratando de conocerse, de saber qué es lo que existe en esta sociedad.

La estructura de la cueca es en rueda, se canta en rueda, se comparte. Eso es muy propio de América. La minga está en toda América, y yo puedo pertenecer a una comunidad si conozco los códigos. Y esa estructura sostiene cualquier cosa. No importa si eres rubio o moreno, si tienes o no tienes plata. Da lo mismo. El diseño es suficiente para sostenerlo. Eso es lo lindo que tiene la tradición. Una persona que sepa la estructura de una cueca, ya puede cantar una cueca. Y si se sabe 60 cuecas ya puede entrar a competir en la rueda de cantores, a probarse. Son códigos que existen en cualquier mundo rural, como tomarse un mate. Es muy bonito pertenecer.

 

Cuéntame un poco de tu relación con Los Celestinos

Bueno, después del teatro y mi vida de machi me vine a Santiago y me agarré de lo que me quedaba, que eran las canciones. Así me fui juntando con gente. Me fui a vivir con unas amigas a una casa bien bonita y hacíamos muchos encuentros ahí. Llegaban muchos músicos a esa casa. Ahí conocí al Dángelo, al Julián, a Javier. Empecé a tocar en un local una vez por semana. Yo ya andaba con los valses peruanos y las mexicanas. También explorando la música criolla. Al principio armé un dúo con Javier Mardones y otros amigos llegaban a acompañarnos. Muñeco nos acompañó un tiempo (Juan Pablo Villanueva de la Gallera), también Andrés Pituquete que ahora vive en Sevilla con su mujer que es una cantaora bien famosa. Hasta que nos juntamos con Julián, ese fue como el fundamento de Los Celestinos. Después entró Santiago Jara en el cajón, invitamos al Dángelo y finalmente llegó Giancarlo Valdebenito en el contrabajo. Al principio no teníamos ni nombre, pero nos empezaron a invitar a tocatas. Un día una amiga (Claudia Jiménez), nos invitó a una feria del trueque en Lolol porque nos quería hacer un video. Después Julián se acordó que tenía un amigo en Santa Cruz y nos pasamos todo el fin de semana tocando de amigo en amigo. Después de eso la banda se formalizó.

Incorporamos las cuecas porque a la gente le gusta bailar, por eso es súper necesario tenerlas. Al final el lenguaje de la guitarra es uno solo.

 

 

¿Estás preparando algo en solitario?

Estamos preparando una tocata con Dángelo y Gisela Flores que toca el arpa. Es en una Panamericana de Endurance, que es una maratón de jinete y caballo en Santo Domingo. Viene gente a mostrar sus caballos, sus haras de caballo. Cuando me junté con los organizadores les pregunté cuál era el valor del encuentro. Me dijeron que era la relación del hombre con el caballo. Me pareció bonito. Va a venir un rey al evento, el rey de malasia.

¿Y le van a hacer reverencias?

No sé. ¡como le voy a hacer una reverencia a un hombre que no conozco!

Acerca de Miguelanjel Acosta

Miguelanjel Acosta

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