David Lynch y Robert Fripp: Let the power fall, por Marco Allende

Aún recuerdo con cierta añoranza el sentido de aturdimiento que experimenté al ver “Inland Empire” (David Lynch) hace unos cuatro años atrás. Esa ráfaga inconexa de imágenes que poblaban la pantalla durante más de 3 horas representó para mí la consecución final de ese gran objetivo que por décadas desveló a Tarkovsky (y que, a su modo, logró plasmar en sus propias películas): poder construir un arte que no fuera depositario de la literatura ni de la fotografía, sino que se valiera por sí mismo en su afán de definirse como una forma de expresión autónoma y libre de ataduras estéticas ajenas a lo propiamente cinematográfico. “Inland Empire” era la confirmación definitiva de una sospecha que con el correr de los años se volvió irrebatible: las obsesiones de David Lynch superaban la mera exposición de imágenes e ideas corrosivas que pretendieran incomodar o subyugar al espectador. No, lo de Lynch era claramente la búsqueda (y el encuentro) de un nuevo lenguaje revolucionario que, desde dentro, eliminaba cualquier punto de referencia desde el cual asirse, conjugándolo con cierta exagerada distorsión del tratamiento argumental de las escenas para provocar en quien viera esas imágenes algún sentimiento cercano al vértigo de caer sin saber si allá abajo hay una red que nos amortigüe la caída. Cine total.

Escribo estas líneas y me pregunto ¿qué será de David Lynch? ¿Qué nuevo proyecto tiene entre manos? La ansiedad me gana y visito su página web oficial. Sorpresa: el hombre sigue con sus obsesiones pero ahora realiza decenas de cortos que buscan reflejar la América profunda y edita discos en donde expresa su intensa familiaridad con el soul oscuro y misterioso que reverbera en sus películas, entre otras cosas. ¿Nuevas películas? Nada.

Todo este proceso de desmembramiento de la obra de Lynch y de su autoexilio de las formas tradicionales de entender una obra fílmica, me recuerda a lo que le ocurrió a Robert Fripp a mediados de la década de los 70. Después de terminar con el grupo de rock sinfónico King Crimson y recluirse por el lapso de un año en un monasterio que seguía las enseñanzas de Gurdjieff, decide seguir en la industria de la música pero desde otro referente: ahora la música debería estar conformada por “pequeñas unidades móviles autónomas e inteligentes”. Ahí están sus discos “Let the power fall”, “No pussyfooting” o “Evening Star” (estos dos últimos en colaboración con Brian Eno), obras constituidas por piezas que no se resignan a otra cosa que ser escuchadas como fragmentos de una obra mayor de la que no tenemos referencia directa y, a la vez, composiciones independientes y autosuficientes, implícitamente creadas como obras acabadas en sí mismas.Algo muy parecido ocurre con las imágenes de Lynch. Sus últimas películas, proyectadas en el contexto de su actividad profesional, cada vez son más espaciadas y autocontenidas, breves paréntesis, claroscuros fulminantes. Tanto así que, con el correr del tiempo, cosas como “Mulholland Drive” y “Inland Empire” parecen ser realmente las verdaderas rarezas de la obra de Lynch, y no a la inversa.

En todo caso, más allá de las diferencias en los lenguajes (en Lynch lo visual, en Fripp lo sonoro) pareciera que las búsquedas que han asumido abrevan de una exploración en común: la necesidad de superar ciertos lenguajes que, ya desde el aspecto formal de sus enunciaciones, implican posturas políticas y morales dependientes de ciertas formas de dominio imperiales, entendiendo por Imperio a ese ” poder soberano que gobierna el mundo…una forma de soberanía ilimitada, que no conoce ya fronteras” en palabras de Toni Negri (¿será casualidad que el título de la última película de Lynch haga alusión directa a este concepto político?). Lynch y Fripp, cada uno con sus particulares empeños y lenguajes, han rechazado las tradicionales formas de representación de sus respectivas artes para conformar una nueva lectura de la realidad, ajena a sentidos institucionales o imaginarios impuestos por lógicas maniqueas. Sólo desde esta premisa se entiende la radicalidad de sus propuestas y el profundo alcance que tienen sus respectivas obras.

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Sobre pablo paz

pablo pazPablo Paz nació en Lowell, Massachusetts en 1992. El más joven de tres hermanos, asistió a la escuela católica local y recibió una beca para estudiar en la Universidad de Columbia, donde conoció a varios amigos que después alcanzarían la fama. En el segundo año de universidad abandonó todo para dedicarse a viajar y a escribir. En estos momentos reside en Santiago de Chile.

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