In Supermarionation, por Leonardo Villarroel

 

 

El día que Gerry Anderson murió pensé en llamar a mi padre, con quien no hablo desde hace poco más de seis años. Parece que todos los días se celebra el aniversario de algo, el día mundial de algo, o se muere alguien más o menos famoso, pero ese día parecía un buen día para volver a hablar. Gerry Anderson fue el creador de los Thunderbirds, esas marionetas que movían la boca tan rápido y que estaban dedicadas al rescate internacional de ciudadanos en situaciones de peligro extremas. Son del ’65, y se volvieron mi primera noción de que el tiempo podía acortarse mediante túneles y pliegues como estos: yo los veía, en Canal 5, cuando tenía 10 años; mi viejo los veía, en Canal XX, cuando tenía 10 años.

 

En vez de llamarlo, subí un video a facebook, recibí unos likes, marqué unos comentarios y sería. Foreveralone.

 

Me gustaba la presentación de la serie, la idea de que las marionetas pretendían no ser los miembros de la familia Tracy, sino actores representando esos roles. Títeres con la ilusión de tener una vida más allá de su función, mis primeras aproximaciones a la recursividad. Me gustaban por eso y porque el Thunderbird 2 (el avión gordo, verde) contenía a otro Thunderbird y lo transportaba a las misiones más complejas, dejando caer al submarino del acuanauta Gordon Tracy en medio del océano para que este pudiera desactivar algún misil perdido en el fondo del mar. Segundas aproximaciones a la recursividad.

 

A mi viejo, hijo de los 60s, le gustaban el Thunderbird 3 porque era una nave espacial y el 5 porque era una estación espacial. Así de sencillo.

 

 

La tarde del día que Gerry Anderson murió, ella vino, como solía venir algunas tardes. Yo la esperaba con el almuerzo a mitad de camino y nos sentábamos a la mesa, a la sobremesa y a la cama. Le conté que casi vuelvo a hablar con mi viejo y cuando supo el porqué me dijo: “No podía ver esos títeres. Las cejas me ponían mal, me daban asco…y que no tuvieran expresión, decían todo igual, me daba miedo. Y también salía ese pescado gigante al principio”. “¿Cuál pescado gigante?”. “Ese que salía persiguiendo al submarino. Después saltaba como en Liberen a Willy persiguiendo al submarino. Con ojos como de zombie así… del terror”.

 

Se estaba por ir ya y no quería pasar los últimos veinte minutos de su visita discutiendo la presencia de un hipotético pescado zombie gigante, así es que lo dejé ahí. Se fue de vuelta a su casa, su familia, sus hijos. Y yo me quedé solo, pensando.

 

Estaba seguro de que no había un pescado gigante en la intro de los Thunderbirds. Me la sabía de memoria, era la parte que más veces veía. Papá llegaba a casa y se sentaba conmigo durante toda la presentación de los personajes y algo del comienzo de la historia. Después habría que tomar once o comer o llegaría mi mamá o habría una pelea o todas las anteriores. Sentados los dos en el sillón del living, frente a la única tele de la casa; una RCA en blanco y negro, que tenía por control remoto un bloque de plástico color madera, con una palanca que al activarla giraba el dial del equipo un canal hacia la derecha. Yo me sentaba en el piso, apoyado en la base del sillón, entre sus piernas. Me hacía cariño en la cabeza y veíamos la cuenta regresiva con los números de cada Thunderbird. No decíamos nada y era de los pocos momentos en que podíamos comunicarnos así, sabiendo a ciencia cierta lo que el otro estaba pensando, en perfecto silencio. Nunca terminamos de ver un capítulo.

 

 

La noche de ese día cené solo. En uno de los seis noticieros dijeron que había muerto Gerry Anderson, creador de los Thunderbirds y de otras series con marionetas. Ni siquiera era el canal en el que yo había crecido viéndolos, pero al menos era el canal en el que papá creció viéndolos. Pasaban las imágenes de las series que había creado. Ahí estaba el pescado gigante. Persiguiendo a un submarino: “STINGRAY”.

 

Fui al tube, vi la intro. Después tomé el teléfono. Sonó una, dos veces.

 

ANYTHING CAN HAPPEN IN THE NEXT HALF HOUR

 

Video de la introducción

 

 

 

 

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Acerca de leo villarroel

Nació en 1981, lo que le permite recordar, entre otras cosas, la época del Betamax vs el VHS, y la vida sin teléfonos celulares, la que añora con toda la desilusión de un viejo gruñón. Tiene una novela terminada, actualmente paseando por el circuito editorial, y se encuentra en el proceso de elaborar una segunda, junto con un libro ilustrado, mientras termina el guión de un proyecto que aún no está en condiciones de revelar. Recibe todo tipo de correspondencia en [email protected] y tiende a desvariar en 140 caracteres o menos en 55lv.

 

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