El Bardo thodol, por Agustín López

bardo-thodol

El Bardo thodol, popularmente conocido en Occidente como Libro de Los muertos, es un antiguo texto de la tradición del budismo tibetano o lamaísmo. Se recogen en él las instrucciones que se deben leer junto al difunto para ayudarle a salir con bien de su paso por el estado intermedio o «bardo», que precede a una nueva existencia en el ciclo del samsara —resultado de los residuos kármicos acumulados en esta vida— o a la liberación definitiva.

La tradición tibetana sitúa el origen del Libro de los muertos en el siglo VIII y lo atribuye a Padmasambhava (literalmente, «Nacido del loto»), figura esencial de dicha tradición, nacido en el país de Orgyén, en el noroeste de Cachemira. Al parecer, Padmasambhava tuvo un papel determinante en el establecimiento y la difusión del budismo en el Tíbet, hasta entonces dominado espiritualmente por las formas religiosas de la tradición autóctona tibetana, el Bón. Aunque la figura de Padmasambhava adquirió con el paso del tiempo un carácter más o menos legendario, su existencia histórica —tema que tanto preocupa a los investigadores occidentales y que tan relativa relevancia tiene cuando la historia se contempla desde una perspectiva espiritual— está, en cualquier caso, perfectamente atestiguada, aunque sean pocos los datos que se conocen de su vida física; se sabe, sin embargo, que fue amigo del rey del Tíbet y que dirigió la construcción del primer convento budista en aquel país, aproximadamente hacia el año 775. Se le venera actualmente en la región hi- maláyica con el nombre de Gurú Rimpoché. Fue fundador de la escuela Níngmapa —una de las cuatro escuelas principales del lamaísmo— y sus adeptos le veneran como un segundo Buddha.
Siguiendo una antigua tradición, Padmasambhava ocultó un elevado número de textos doctrinales en muy diversos lugares: cuevas, grietas en las rocas, templos, etc., para que, a su debido tiempo, fueran descubiertos y reinterpretados. Es ésta la tradición de los terma o «tesoros», constatable ya, de forma esporádica, en el budismo indio, pero que alcanzó una especial importancia en la escuela Níngmapa y en el Bön. Aunque los enfrentamientos religiosos violentos —no habituales, por lo demás, en este contexto— que tuvieron lugar en aquella época entre distintas facciones budistas y entre éstas y los partidarios del Bön pueden haber tenido alguna influencia en cuanto a un incremento del número de textos que en aquella época se ocultaron, está fuera de duda que la tradición de los «tesoros» tiene razones espirituales y no políticas. Según la tradición, Padmasambhava habría ocultado textos en 108 lugares del Tíbet, y uno de estos «tesoros» fue precisamente el Bardo Thodol, que habría de ser redescubierto por Rinchen Karmalingpa, en el siglo XIII o XIV, en las colinas de Gampo-dar, en el Tíbet central, aunque las tradiciones al respecto parecen algo confusas. Hay que destacar que, mientras casi todos los textos canónicos del budismo tibetano son traducciones del sánscrito o de diversas lenguas de la India, los «tesoros» son, sin embargo, obras originalmente tibetanas.

La difusión de este libro en Occidente se debe fundamentalmente al investigador W. Y. Evans-Wentz, que en 1927 editó la traducción al inglés realizada por el lama Kazi Dawa-Samdup, añadiéndole un extenso aparato crítico. Evans-Wentz, vinculado a la Sociedad Teosófica de H. P. Blavatsky, y que, al parecer, tuvo cierta influencia en aquella primera traducción, es el responsable del título con el que el texto sería fundamentalmente conocido en Occidente: Libro tibetano de los muertos.

* * *

El título original, Bardo thodol, se podría traducir literalmente por «liberación a través de la audición (tho-dol) en el estado intermedio (bar-do)». En efecto, el texto recoge las instrucciones que se leen ante el difunto, o ante el que está a punto de morir, para guiarle con éxito en el estado intermedio entre la vida actual y su siguiente renacimiento.

El budismo tibetano diferencia seis modalidades de bardo o estado intermedio: 1. El bardo del nacimiento; 2. El bardo de los sueños; 3. El bardo de la meditación; 4. El bardo del momento que precede a la muerte; 5. El bardo del Absoluto; y 6. El bardo del devenir. Los tres primeros caracterizan a la vida presente; la identificación de los sueños o la meditación, bardos segundo y tercero, con «estados intermedios» no precisa de demasiada justificación; en cuanto a la estimación del primero, el nacimiento, es decir, la vida en un cuerpo físico, como «estado intermedio» deriva de su consideración en el proceso global espiritual de toda la existencia de cada ser. Ahora bien, el Bardo thodol se va a ocupar únicamente de los estados intermedios cuarto, quinto y sexto, es decir, de los que nosotros relacionaríamos directamente con la muerte: el bardo del momento que precede a la muerte, el bardo del Absoluto y el bardo del devenir. La duración máxima total de las tres etapas es de cuarenta y nueve días, si bien esto no debe entenderse en un sentido cronológico estricto, sino más bien en un sentido simbólico como fases» o partes del proceso global.

El bardo del momento que precede a la muerte se inicia con la aparición de los primeros síntomas —definidos claramente por la tradición científica tibetana— de que el momento de la muerte se acerca. Es el momento de reconocer la «clara luz fundamental», la luminosidad propia de la Realidad absoluta y dejarse absorber por ella, alcanzando así la liberación.

El lama, al lado del agonizante, le lee las instrucciones pertinentes para ayudarle a comprender la situación en que se encuentra, pero si, a pesar de ello, el moribundo no consigue reconocer la realidad de la luz fundamental y se produce la muerte física, el difunto, en su nuevo cuerpo mental, no substancial, pasará al bardo del Absoluto, donde tendrá una nueva oportunidad.

En el bardo del Absoluto, el difunto, desvinculado ya de toda realidad física, poseedor de un cuerpo mental dotado de una agudizada conciencia sutil, pasará a lo largo de doce días por una serie de visiones en la que se suceden las «divinidades apacibles», que aparecerán en los cinco primeros días de estancia en este bardo, y las «divinidades coléricas», que se corresponden con las anteriores y que se presentarán los cinco últimos días. Ni unas ni otras tienen realidad propia, su naturaleza es rigurosamente ilusoria y subjetiva, y son meras proyecciones exteriorizadas de su propia mente, el resultado kármico de sus acciones pasadas. Es preciso que el difunto tome conciencia de este hecho, que las reconozca como tales, pues de este modo obtendrá la liberación.

Si, a pesar de las instrucciones que el lama, a su lado, le lee detenidamente para ayudarle a comprender, el difunto no es capaz de reconocerlas como producto de su propia mente, no alcanzará la liberación, pero todavía se le ofrecerá otra oportunidad en el bardo del devenir.

En el bardo del devenir, el difunto aún tiene la posibilidad de evitar «el ingreso en una matriz», es decir, de evitar el renacimiento prolongando el ciclo del samsara. Pero si tampoco en esa empresa tuviera éxito, todavía se le ofrecería la posibilidad de elegir una matriz y no otras, a fin de tener, al menos, un renacimiento favorable en un nuevo cuerpo.

Así pues, a diferencia de otras tradiciones que ven en la muerte la apertura a un estado o una realidad de orden superior, el budismo tibetano, fiel en esto a las doctrinas vedánticas, no ve en cualquiera de los estados a los que se accede tras la muerte física más que la prolongación de una realidad cósmica más o menos ficticia o ilusoria, que no existe más que en la mente del que la percibe. Dioses, demonios, espíritus, criaturas sensibles, todos por igual, son entes meramente fenoménicos, producto de la ignorancia que hace perpetuarse el ciclo de los nacimientos. En realidad, la muerte no implica ningún cambio substancial, pues es simplemente la continuidad a través del ciclo de la existencia samsárica. El único cambio real, en definitiva el acceso a la Realidad única, viene dado por el despertar de la conciencia que comprende la irrealidad del mundo fenoménico y, por esa misma comprensión, escapando de la rueda de los renacimientos, alcanza la liberación en el nirvana.

* * *

Convendría aclarar brevemente un par de puntos que pueden desconcertar a quien no esté familiarizado con la espiritualidad budista. En primer lugar, y en concordancia con lo que se acaba de decir, las divinidades que con tanta profusión aparecen a lo largo del texto no son propiamente dioses en el sentido politeísta, sino más bien aspectos o manifestaciones de la conciencia humana o del estado búdico. Se podrá discutir sobre el posible «a-teísmo» del budismo —que, en todo caso, ninguna relación guardaría con el ateísmo materialista característico del Occidente moderno—, pero es obvio que el budismo, a pesar de todos sus buddhas, boddhisattvas y de las divinidades integradas en él por la vía del tantrismo, nada tiene que ver con lo que comúnmente se entiende por «politeísmo».

En segundo lugar, ya en la invocación inicial y a lo largo de todo el texto, el lector encontrará referencias a la doctrina del Trikaya o los tres cuerpos del Buddha. Se trata de una doctrina mahayánica basada en la identidad del cuerpo del Buddha con el Absoluto y su manifestación en el mundo de la relatividad para la salvación de todos los seres. Los tres cuerpos de Buddha son el dharmakaya («cuerpo de eseidad» o «cuerpo de vacuidad»), el samboghakaya («cuerpo de beatitud» o «cuerpo de gozo») y el nirmanakaya («cuerpo de emanación»). El dharmakaya es la propia y verdadera realidad del Buddha, intemporal, eterna, sin características, común a todo buddha. El samboghakaya es el cuerpo de los iluminados que en la Tierra Pura gozan de la Verdad corporizada en ellos. El nirmanakaya es el cuerpo terrenal con que los buddhas se aparecen a los hombres para ayudarles en el camino de la liberación. En el lamaísmo, los tres cuerpos se asocian con los planos de la experiencia iluminativa y en este texto los veremos igualmente asociados con la liberación que se alcanza en las tres fases del bardo.

Por último, es casi obligada una referencia a otro texto que sin duda tendrán en mente quienes emprendan la lectura de El bardo thodol o Libro tibetano de los muertos. Me refiero, claro está, al Libro de los muertos de los antiguos egipcios. En realidad, la comprensible asociación sólo viene determinada por el título; ambos textos son muy distintos, y sus puntos de contacto prácticamente nulos, pues la espiritualidad budista y la de los antiguos egipcios tienen muy poco que ver, como fácilmente se podrá comprobar incluso desde una lectura superficial. Tratar de buscar confluencias inexistentes puede ser, en este caso, más una dificultad que una ayuda.

Prólogo de Agustín López a Bardo Thodol, El Libro Tibetano de los Muertos

 

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Sobre agustín lópez

agustín lópezAgustín López Tobajas, (Zaragoza, 1949). Ha traducido al castellano obras de H. Corbin, L. Massignon, A. Schimmel, F. Schuon, R. Guénon, A. K. Coomaraswamy, G. Durand, Simone Weil, R. Pánnikar, D. T. Suzuki, E. Swedenborg, etc. Codirector de la revista Axis Mundi (1994-1999). En 2005 publicó Manifiesto contra el progreso, José J. de Olañeta Editor, Mallorca. Estudioso de las tradiciones espirituales, colabora con numerosas publicaciones especializadas. En la actualidad dirige el Círculo de Estudios Espirituales Comparados.

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