Poemas de Antonio Cisneros. Antología de una Antología

 

Luego de un extenso viaje recopilatorio (1961-2010), de marcado carácter autobiográfico -en el que se refieren desplazamientos, ausencias, estancias en el extranjero, el nacimiento de sus hijos y otros hitos familiares diversos-, el epígrafe de Horace Gregory parece señalar, de manera inequívoca, la sagrada hoja de ruta: For you my son / I write what we were. Cisneros se excusa ante sus hijas por la preeminencia del primer hijo; así dedica versos al nacimiento de Soledad y le cuenta a la virgen su preocupación por el viaje de Alejandra, su otra hija. El viaje, el alejamiento, el hablar-mirar desde otro lugar y la consecuente nostalgia, se presentan de forma permanente. Tal como una bitácora de viaje o una libreta de apuntes.

Acaso el salto temporal, recurso permanente en Cisneros, sea el paso afuera, al costado, en donde el poeta busca su descanso y pretensión de gran lirismo. Es así como se transforma en testigo de la historia, describiendo pueblos, costumbres y greñudos conquistadores (“negociantes de cruces / y aguardiente, / comenzaron las ciudades / con un templo”), héroes y poetas guerrilleros (Javier Heraud). El canto y la tradición oral, recuperan el bajo fondo, la “calle antigua”, que dialoga con el distinguido formato de cronista que adopta de manera magistral: “Sólo trapos / y cráneos de los muertos, nos anuncian / que bajo estas arenas / sembraron en manada a nuestros padres” (“Paracas”, 1964).

Entre estas dos temáticas recurrentes -que podríamos llamar su Historia individual y la Historia colectiva-, Cisneros frecuenta personajes y espacios conocidos. Este recorrido contempla el consabido puente, tan transitado por los escritores sudamericanos del siglo XX, que une Sudamérica y Europa, que en este caso incluye en los destinos de llegada Francia, Alemania, Austria, Hungría e Inglaterra, entre otros; y en los orígenes (siempre peruanos) Chilca, Arequipa o Lima. El antiguo Perú, en convivencia con el nuevo Perú, y ambos con Europa; en una hibridez temporal, formal y cultural que nos presenta hechos, sitios o personajes con total naturalidad: la Revolución cubana, la Revolución cultural china, la construcción del Socialismo, la Guerra civil rusa, la apertura del Mar Rojo; personajes como Ulises, Ariadna, Teseo, Nausícaa, Helena de Troya, Virgilio, Erasmo, Kipling, Eliot, Donne, Milton, Hölderlin, un Sartre viejo y gagá, Vallejo, Bryce, Calvino, Bergman, Godard, Visconti, Wagner, el Papa, Luis II, Marx o Lenin… Todos conviven bajo el mismo techo, o sobre el mismo suelo, que es el contexto otorgado por un poeta que registra… la realidad, el pasado, el mundo prehispánico, la República, Europa, el siglo XX, la literatura, la política; con sus respectivas manifestaciones, ya sean bélicas, estéticas o familiares.

 

Leer Reseña completa de “Diarios de un naufragio” en Carcaj, acá:

http://www.carcaj.cl/2011/09/diarios-de-un-naufragio-2/

 

 

Destierro

1

Sólo
una antigua linterna,
y un cielo
muerto de peces
habitaban
el patio dulce
de tus
mañanas.
Todo era hermoso
y común
en mi recuerdo:
muros abriéndose
en la hierba,
tiempo sumergido
en la sal
de muelles
y ciudades
bosques de viento
sobre el mar,
y tu corazón,
digo
tu corazón
que es
el de todos,
muere en silencio,
como siempre.

 

de Destierro, 1961

 

 

Paracas

Desde temprano
crece el agua entre la roja espada
de unas conchas
y gaviotas de quebradizos dedos
mastican el muymuy de la marea
hasta quedar hinchadas como botes
tendidos junto al sol.
Sólo trapos
y cráneos de los muertos, nos anuncian
que bajo estas arenas
sembraron en manada a nuestros padres.

 

de Comentarios Reales, 1964

 

 

Dos soledades

 

1. Hampton Court
Y en este patio, solo como un hongo, adónde he de mirar.
Los animales de piedra tienen los ojos abiertos sobre la presa
enemiga
-ciudades puntiagudas y católicas ya hundidas en el río-
hace cien lustros
se aprestan a ese ataque. Ni me ven ni me sienten.
A mediados del siglo XIX los últimos veleros descargaron
el grano,
ebrios están los marinos y no pueden oírme
-las quillas de los barcos se pudren en la arena.
Nada se agita. Ni siquiera las almas de los muertos
-número considerable bajo el hacha, el dolor de costado,
la diarrea.
Enrique el Ocho, Tomás Moro, sus siervos y mujeres son el
aire quieto entre las arcadas y las torres, en el fondo
de un pozo sellado.
Y todo es testimonio de inocencia.
Por las diez mil ventanas de los muros se escapan el león y
el unicornio.
El Támesis cambia su viaje del Oeste al Oriente. Y anochece.

 

2. París 5e
“Amigo, estoy leyendo sus antiguos versos en la terraza
del Norte.
El candil parpadea.
Qué triste es ser letrado y funcionario.
Leo sobre los libres y flexibles campos del arroz: Alzo los
ojos
y sólo puedo ver
los libros oficiales, los gastos de la provincia, las cuentas
amarillas del Imperio”.
Fue en el último verano y esa noche llegó a mi hotel de la
calle Sommerard.
Desde hacía dos años lo esperaba.
De nuestras conversaciones apenas si recuerdo alguna cosa.
Estaba enamorado de una muchacha árabe y esa guerra
-la del zorro Dayan- le fue más dolorosa todavía.
“Sartre está viejo y no sabe lo que hace” me dijo y me
dijo también
que Italia lo alegró con una playa sin turistas y erizos y
aguas verdes
llenas de cuerpos gordos, brillantes, laboriosos, “Como en
los baños de Barranco”,
y una glorieta de palos construida en el 1900 y un plato
de cangrejos.
Había dejado de fumar. Y la literatura ya no era más su
oficio.
El candil parpadeó cuatro veces.
El silencio crecía robusto como un buey.
Y yo por salvar algo le hablé sobre mi cuarto y mis
vecinos de Londres,
de la escocesa que fue espía en las dos guerras,
del portero, un pop Singer,
y no teniendo ya nada que contarle, maldije a los ingleses
y callé.
El candil parpadeó una vez más.
Y entonces sus palabras brillaron más que el lomo de
algún escarabajo.
y habló de la Gran Marcha sobre el río Azul de las aguas
revueltas,
sobre el río Amarillo de las corrientes frías. Y nos vimos
fortaleciendo nuestros cuerpos con saltos y carreras a la
orilla del mar,
sin música de flautas o de vinos, y sin tener
otra sabiduría que no fuesen los ojos.
Y nada tuvo la apariencia engañosa de un lago en el
desierto.
Mas mis dioses son flacos y dudé.
Y los caballos jóvenes se perdieron atrás de la muralla,
y él no volvió esa noche al hotel de la calle Sommerard.
Así fueron las cosas.
Dioses lentos y difíciles, entrenados para morderme el
hígado todas las mañanas.
Sus rostros son oscuros, ignorantes de la revelación.

“Amigo, estoy en la isla que naufraga al norte del Canal y
leo sus versos,
los campos del arroz se han llenado de muertos.
Y el candil parpadea”.

 

de Canto ceremonial contra un oso hormiguero, 1968

 

 

También yo hice mi epigrama latino

Con mi lanza de bronce
no temo a cien legiones enemigas,
con mi escudo de bronce
no temo a sus mil carros de combate,
mas son tus ojos, Claudia,
que me tornan
en el sobreviviente herido y sin caballo
que las fieras se rifan
cuando viene la noche.

 

de Como higuera en un campo de golf, 1972

 

 

Oración

Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan presto como estoy a maldecir y ronco por el canto.
Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.

 

de El libro de Dios y de los húngaros, 1978

 

 

Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse

Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.
Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras (a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural), Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos) por la pista del parque
y toman cosas sanas. Es decir, legumbres crudas y sin sal,
arroz con cascarilla, aguas minerales.
Cuando han consumido todo el oxígeno del barrio (el
suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados). Me miran (si me ven)
como a un muerto con el último cigarro entre los labios.

 

de Monólogo de la casta Susana y otros poemas, 1986

 

 

El paisaje

Aquí el paisaje es, por lo general, una gran extensión de hierba mala y algunos matorrales de chícharos salvajes. Los húmedos cantiles que otean sobre el agua son de roca calcárea. Suelo seguro contra los terremotos (grado 7 en la escala de Richter) del Pacífico Sur. Siguiendo el litoral, hacia las playas frías, hay un par de balnearios del siglo XIX hundidos en el mar. Ahí la consistencia de los acantilados es de tierra salobre y de cascajo. Aunque lo que distingue este paisaje, sobre todo, es la niebla furiosa que sube desde el malecón y el reflector de la guardia costera no bastan para alumbrar el cielo. Es la nivela más densa del planeta. Mojada y negra como de un ojo de perro. A veces se revuelve entre mi casa. Se cuela en las rendijas más sagradas, sin el menor empacho. En ese mismo instante, trepo raudo al altillo, abrazo sigiloso a mi mujer, envuelvo a mis dos hijas con ramas de eucalipto y las oculto en una madriguera.

 

de Un crucero a las Islas Galápagos, 2005

 

 

 

 

 

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