“Shame” de Steve McQueen: la angustia del placer

 Hay películas que son más importantes por lo que sugieren en términos de su discurso ideológico antes que por sus valores estéticos y visuales.  “Shame”, a mi entender, es una de ellas. Es una discreta película con algunas grandes escenas que quedan estampadas en la mente del espectador no por el carácter grato de sus imágenes sino por las resonancias que adquieren en alguien que fue víctima de alguna adicción así como para aquellos que desde el esterilizado púlpito de la integridad moral son testigos de los avatares de una persona de apariencia normal y exitosa pero que, sin embargo, oculta un íntimo secreto.

El gran mérito de la película es que pone en cuestión una vez más, y ahora de manera definitiva, dos aspectos en apariencia opuestos pero que se conjugan en una misma propuesta: comprometer el libre albedrío a la consumación desenfrenada de nuestros deseos o manipular los límites de la cordura hacia fines meramente efímeros implica, tarde o temprano, una lógica secuela:  la permeabilidad del sujeto a las ideas de juicio, penitencia, reflexión o arrepentimiento. Al mismo tiempo, esa pesadumbre (ese dolor del que es apartado y repudiado por la sociedad) es una sorprendente señal del discordante sello que identifica a nuestro mundo,  vale decir, el extraordinario valor que le adjudicamos al sexo como señal de estatus y, al mismo tiempo, la marca de Caín que revela ese lado opaco que necesariamente debemos mantener oculto, como una excrecencia que nos averguenza o que sólo adquiere interés por ese mismo necio juego de fingir lo que no somos, impuesto a pagar para que sigamos participando en esto que llamamos vida.

Hace unos meses atrás, cuando el caso del sacerdote pedófilo Fernando Karadima estaba en su máximo apogeo en los medios de comunicación, Rafael Gumucio escribió una columna titulada “Karadima como una vítima”. Me imagino los aullidos conservadores y fundamentalistas que entendieron ese texto como una suerte de jugarreta indigna que se burlaba tanto de los acusadores como de los alcances mediáticos que había alcanzado esa noticia. Sin embargo, en esa columna Gumucio ponía el dedo en la llaga al afirmar que muchos de los descargos dirigidos a Karadima no eran sino el lado más evidente de una sociedad que, a escondidas, se negaba a ver a Karadima como “nuestro monstruo, el de nuestros deseos y pecados ocultos, el de nuestro orden de clase, el de nuestra fe a medias, el extremo horrible, sólo la caricatura de nuestra miseria, de nuestros juicios y prejuicios comunes”. Algo de eso hay también en “Shame”, algo de esa mezquina y limitada forma de entender las misteriosas variaciones del alma humana por encontrar refugio y amparo, tan sólo advirtiendo el lado visible de lo acontecido y no sus implicancias más amplias o, por qué no, insondables del actuar del ser humano.

 

¿No serán Karadima y Brandon (Michael Fassbinder), protagonista de “Shame”, los ejemplos más nítidos del doble estandar o la incomprensión que sufre nuestra sociedad (entiéndase, cada uno de nosotros) al momento de sentenciar ciertas conductas que parecen a la luz de ciertas convenciones como perversiones graves e imperdonables? Porque es obvio que vivimos en un mundo en donde el pedófilo queda desplazado a la cárcel y a sus crueles reglas, al vicio permanente de un discurso especializado que afirma cada vez que puede su carácter irredimible y avergonzante, un paria que debe ser exonerado de la sociedad. Sin embargo, como muy bien lo dice el crítico Daniel Villalobos “si la obsesión de Brandon fuera acumular riqueza, prestigio o construir una familia de 18 hijos, la misma sociedad de la que se esconde le abrazaría sin reservas. Lo aplaudirían como un héroe, lo pondrían en la portada de las revistas.”

Tal vez no estamos preparados para este tipo de preguntas pero ¿no será un gesto que delata a nuestra sociedad el hecho de que adquieran tanto revuelo los delitos de índole sexual en vez del cotidiano saqueo del que somos vctimas por parte de las grandes riquezas de nuestro país? Tampoco se trata de compara una cosa con otra. Tan sólo me cuestiono si el énfasis y el vigor con que repudiamos los abusos sexuales no esconderá de manera solapada nuestro propio interés, apego o inclinación a lo mismo que censuramos. Después de todo, sólo una institución tan obsesionada con el sexo como la Iglesia Católica (y cada uno de nosotros pertenecemos de alguna forma a ella) es capaz de castigar ejemplarmente a un pedófilo como Karadima pero hace la vista gorda con la exclusión social, la injusticia en la distribución de los ingresos o los derechos de los más desposeídos.

 

En “Shame” la obsesión al sexo está descrito desde un enfoque “pragmatico”, desde un uso desapasionado de sus manías sexuales que actúan en función de un permanente aislamiento hacia los demás por parte de Brandon. Esta manía secreta del protagonista sirve como presentación del conflicto de la película pero en ningún caso es el centro ni el corazón de lo que ella desea revelar en su conjunto. En Brandon más que verguenza, hay culpa, cansancio, hastío, tristeza.  A partir de lo anterior, uno podría considerar que “Shame” incluso podría ser vista como la versión más conservadora y “republicana” sobre la caída de un hombre en las “garras” del deseo y el placer”, y de cómo sus consecuencias son tan desastrosas como puede ser el cuasi suicidio de su único familar (la hermana) y la pérdida total de control sobre su vida emocional, incluyendo una sugestiva escena final en donde Brandon pareciera sufrir algún tipo de anhedonia: Convertido en un ciudadano ejemplar, ve a la misma mujer que trató de seducir al principio de la película, pero al distinguir ahora su anillo de matrimonio, agacha su cabeza, y estoicamente decide (¿?) convertir su vida en un nuevo comienzo, libre de ataduras. Esta lectura que yo mismo realizo no me convence del todo pero la expongo porque admito que la película, al ser filmada con una frialdad tal que hace dificil distinguir los intereses del director, tiende a plantear más de una visión.

En conclusión, ¿es “Shame” la película favorita de George Bush o realmente abre puertas desde las cuales podemos deconstruir ciertos lugares comunes sobre el deseo y sus ambiguas consecuencias? No lo sé. Es peligroso relacionar vanguardismo artístico con amoralismo. Como es igual de erróneo vincular conservadurismo estético con discursos éticos poco defendibles hoy en día (la necesidad de la moderación y el dominio de los deseos) pero que, a fin de cuentas, son las mismas ideas que moros y cristianos aceptaríamos como base del sentido común. Es por eso que el revuelo de “Shame” más parece un asunto de imágenes antes que el rechazo a un discurso que ponga en cuestión la moral de la mayoría de la personas que habitamos este planeta. Ahora, que esa coincidencia en una ética universal sea llevado a la práctica… bueno, ese es otro tema. Y no precisamente el menor.

 

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