Pornozombifreak, por C. Gerardo Perla

  

 

¿Qué cuándo comenzó a hastiarme esta mi muy sosa historia de zombis? Hmm… esa es una muy buena pregunta, sin duda. Yo tal vez diría cuando me convertí en uno. Bueno, aclaro… estoy por convertirme en uno, sí. De modo que como supongo imaginarán bien…mientras leen esto agonizo, sí. La sangre fluye junto a mis tripas que serpentean de mi abdomen (bastante desgarrado a cernícalos mordiscos) en chasquidos húmedos que no reportan dolor alguno pero que sin embargo: ¡cómo me crispan los nervios, aaggh…! No miento al decirles que es una espantable tortura el tener que escucharlos sin pausa o respiro… aaggh… es que… ¿cómo explicarlo? Tal vez… no… es algo que ver con lo parecido que me suenan estos muy jugosos rechinamientos de mis propias vísceras a la insoportable vocecita de mi puta suegra cuando arranca como papagayo con esas sus muy severas críticas de que debo hacer esto, eso, aquello… ya los matrimoniados que son suerte de testigos de esta mi, acaso sosa historia de zombis, saben bien de estas cosas humillantes pero… en fin. Entiendo que debido a la perentoria situación en la que me encuentro, no haya aquí tiempo para inventariar rencores domésticos pero, por supuesto, que sí para relatar y, que prometo con lo poco de vida que me resta… ¡vamos damas y caballeros…!, para que después en mi funeral no digan como reproche que carezco de agudeza… ¡ya saben…! si y si… prometo hacerlo lo mejor posible antes de la ineluctable metamorfosis que me lleva como el proverbial camarón que se duerme (y mi entre tanto ya muy averiado cuerpo se ha visto envuelto sin de este modo pretenderlo… algunas veces nuestro destino o si prefieren llámenlo vida se resuelve no como un, digamos, metódico sudoku pero por el tramposo lápiz del azar. Eso de por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado y) hacia una carne viviente pero putrefacta al mismo tiempo en este bastante novedoso oxímoron de esta, repentinamente, apocalíptica vida nuestra y, cómo es que terminé en esta comprometida posición de… ustedes saben… es que me da ya hasta una cierta penita el tener que decirlo pues… de en cierne… ayayay… duro es ser un… sí… duro es ser un muerto viviente por hacer.

 

Digamos que a manera de presentación soy la persona más anodina del mundo. Sí. Un infeliz cartero de profesión como el Charles Bukowski tal (me considero ducho hilvanando ese tipo de versillos que esos que no se espantan con nada tildan de provocadores) y ustedes tendrán que creerme esto y (bueno que hay que apresurarse luego la sangre no va a durarme por siempre así que) todo empezó a manera de que siempre empiezan las cosas malas… por una falta de fraternidad entre los hombres. Sí. Es que un buen día a un gracioso, por no decirle idiota, se le ocurrió primero expulsar pues que lo habría hecho la Gestapo a todo extranjero y al instante de meterlos en verdaderos campos de concentración usó después para despacharlos aviones de carga que los embutió así que ganado humano para incontinentide dizque triunfal colofón cerrar las fronteras a cal y canto porque como parecía no se cansaba de decirlo, sería muy bueno para la economía y demás politiquerías baratas que tanto abundan en estos muy tristes tiempos nuestros. La gran mayoría de nativos pasaron en fiesta una semana entera celebrando la “justa” evicción de todos los foráneos y de paso el supuesto renacimiento de la pureza de nuestra sangre, pero… sin darnos cuenta no sólo nos habíamos sepultado en vida (y de buena gana para más joder) en una prisión-tumba de la que ya nunca podríamos escapar pero a punto fijo sembramos con nuestra fanática antipatía por todo lo foráneo esa semilla pútrida que germinaría en esto terrible que vivimos en esta época carente ya de toda esperanza. Esta epidemia de oriundos, para extraño orgullo de nacionalistas [1], muertos vivientes que como almas en pena recorren las calles de cada ciudad y pueblo de este aislado país nuestro. Somos, por tanto, hay que decirlo, una suerte de Corea del Norte, sí… pero con zombis.

 

La enfermedad-Z [2], de modo que se le apodó y, como la gran mayoría de científicos terminaron en ponerse de acuerdo, muy a pesar de los vehementes intentos de censura del gobierno que buscaba desesperadamente desprestigiar y rechazar a la vez esta hipótesis que, ahora bien sabemos es innegable, surgió como una aparente alteración genética debido a eso que las hijas de Lot no debieron de hacer con su buen señor padre. Obvia advertencia bíblica contra obstaculizar el paso a través de líneas divisorias aunque exegetas modernos lo quieran negar por ese factor ideológico de muchos. Claro está que un sinnúmero de políticos que una vez enarbolaron violencia contra los extranjeros, en su acobardada desesperación por salvar el pellejo, eran hoy en día los primeros en añorar, inicialmente en secreto, a estos una vez tan maldecidos extranjeros… al menos servían como buenos chivos expiatorios pues que muchos gubernamentales se vieron obligados a aceptar (ya en este momento por fin en público consecuencia del descalabro de toda nuestra sociedad y) con rostros compungidos ante el caos monstruoso que ellos mismos habían propiciado alentando la xenofobia que, aunque lo neguemos, todos llevamos dentro. Y en lo peor de la enfermedad, los  políticos “sugirieron” abrir de nuevo las fronteras alabando (con gran elocuencia y más de alguna lagrimita de cocodrilo para humanizar el discurso) las ventajas eternas del multiculturalismo y el incontestable valor de los extranjeros en una sociedad moderna y demás bla-bla-bla que sólo es recordado a conveniencia… pero como ya dije, al encerrarnos voluntariamente en esta nuestra nacionalista (mejor fascista) prisión, tiramos la llave de nuestra celda por así decirlo. Al presente, con la infección zombi destruyendo en podredumbre todo a su paso cuan las patas del caballo de Atila, nadie quiere compartir con nosotros unas fronteras que sean en verdad libres. Demasiado tarde. Nuestros vecinos, sin siquiera vacilar, reforzaron las barreras que nosotros habíamos edificado y por si las moscas levantaron ellos otras murallas para ponernos doblemente en cuarentena y que de tan encumbradas parecen hasta entorpecer, así que la antigua torre de Babel, el fluido tráfico de las nubes. En una locura muy poco transitoria decidimos aislarnos por aquiescencia y populismo. Hoy tenemos que pagar el prohibitivo monto exigido por la naturaleza. Y es que las estupideces, sobre todo las colectivas, siempre resultan caras. O sea… estamos bien jodidos damas y caballeros.

 

Mi día como cartero por lo general empieza muy de mañana. Y soy del tipo de cartero que popularmente se le conoce como el “kamikaze”. Sí. Nuestra labor es suicida en todo aspecto. Es decir, repartimos correspondencia aunque llueve o truene, nieve o nos caiga encima una de esas granizadas así que pelotas de softball… creo ustedes entenderán la idea. Los días hábiles del año sin falta, salvo huelga o enfermedad, en las zonas más densamente pobladas por zombis. De ahí lo del apodo de kamikazes. ¿Y por qué lo hago se preguntarán? ¿Por qué me atrevo a cumplir con semejante sandez? Pues ya lo dije en parte… mi suegra. La odio a la tal puta. Pero como pobre que soy desde que me matrimonié tuve por la nefasta economía que irme a vivir a la casa de la bruja esa. Una hipoteca frívola de mi parte acabó en desahucio y… ustedes saben ya el resto por tantos u pongo leen como todo el mundo los muy amarillistas periódicos nuestros. Arriesgar el pellejo siempre implica paga extra si bien no crean tampoco que mucha. Parece que todo vale en la miseria, sí. Ah, en fin… que las rondas siempre son en trío. O sea “Los Tres Vivos” que se les llama en el argot del gremio. Común es que sean dos becarios los que acompañen al cartero a tiempo completo y no es un secreto que los becarios son meros peones aunque la verdad que son más parecidos a la carne de cañón. Si los pobres desgraciados sobreviven cincuenta “misiones” el gobierno (o lo que nos queda del antiguo régimen) se digna a ofrecerles un contrato de dos añitos a lo sumo pero, eso sí, con posibilidades de extensión cada vez que se vence el plazo. Es esto o nada. Los sindicatos hace mucho que desaparecieron. Igualmente los partidos políticos, banqueros, demagogos y todo simpatizante de la extrema derecha e izquierda que fueron quemados sin contemplaciones en un enorme Auto de fe cuando nos dimos al fin cuenta de que habíamos nosotros cavado nuestras propias tumbas con lo de expulsar a los extranjeros y atrancar de paso las fronteras. Esos que alguna vez vivieron de fomentar el miedo pasaron en aquel momento a sentir miedo. El más horrible de todos: la certeza de la muerte. La iglesia, con sus máximos prelados, oficializó una misa antes de encender las purificadoras llamaradas. Pero cuando quisieron escabullirse como ladrones en la noche, la turba enardecida los atrapó achicharrándolos del mismo modo. No valieron sus amilanadas súplicas de misericordia. En carne propia se dieron cuenta de que el fuego todo lo consume. Hasta el odio más visceral.

 

Lo primero que vimos al entrar al barrio (creo que la palabra más correcta es “infiltrar”, sí. Eso hicimos gracias a lo mejor de cualquier entrenamiento guerrillero) fue a uno de los ya mentados muertos vivientes que lo pillamos mientras perseguía torpemente a un perro tipo pastor alemán. Desde la distancia en la que estábamos se miraba de modo que si el zombi jugaba con el tal can de pelaje fosco y ojos a modo de brasas. Lo más probable es que el zombi en cuestión buscaba comérselo pues es bien sabido que en este barrio, antiguamente que pululaba de inmigrantes, escasean al presente tanto las personas de las conocidas como vivas, sólo quedan en su mayoría ancianitos cascarrabias que tercos como las ganas de cagar se niegan a abandonar sus casas poco más o menos derruidas por la profundísima soledad, que los zombis en ocasiones han recurrido en su desesperación alimenticia al más burdo de los canibalismos. “Muertos comiendo carne muerta”, joder lo simpático que suena todo esto. Es que no hay duda que el hombre es lobo del hombre… o en este caso: el hombre muerto es el lobo muerto del hombre muerto. En fin, que ordené al becario de mi izquierda que le disparara para poder continuar con nuestra peligrosa repartición de correspondencia. Pero asustado de pronto y, es que con rodillas temblequeando es imposible apuntar bien y bueno, falló el disparo dándole al pobre perro matándolo ipso facto como dicen ciertas lumbreras de la tele y por supuesto que el disparo tan descolocado inevitablemente hizo que el zombi se diera cuenta de nuestra monda presencia. Y arrastrando al perro de la cola, pues que esos energúmenos caricaturales que de contado de dar el buen garrotazo sobre la cabeza de alguna buena hembra la jalaban de las greñas hacia la cueva, comenzó a caminar directo hacia nosotros. Ordené un segundo disparo pero, señalando esta vez a lo vivo, que lo debía de ejecutar el becario de mi derecha. Éste por suerte no falló (de algo le valió ser antiguo miembro de la Benemérita supongo aunque el de la izquierda mi jefe me lo vendió como todo un experto en caza mayor) y el fogonazo instantáneo de esa bala expansiva le desmenuzó la tapa de los sesos al zombi que se desplomó, junto a ese larguísimo estruendo o así a mí me pareció, a fin de que un pesado costal de podridos tubérculos. Y avanzamos por tanto así que rezaba el muy valorado Protocolo [3]…

 

David Manuel Pardo. Único morador del 5-E de la calle Arcaute fue el primero en recibir su correspondencia. Según presumo, su paquete, era una de esas muñecas hinchables tan perpetuamente de moda entre varones maduros y solterones (créanme que con el tiempo he desarrollado una suerte de autentico ojo clínico) que ya no les basta el amor, secuela irremediable de los excesivos callos por el uso, de la bien reverenciada hermana de la zurda. El tal David Manuel Pardo, desconfiado a modo de cualquier cristiano desde lo que se llegó ha llamar como “El incidente de La Buga del Lobo” [4], no quiso por nada de este zombístico mundo nuestro tener que bajar por ese su propio paquete y me vi en la ingrata obligación profesional de tener yo que subir esos los cinco altos pisos del edificio que (con cada escalón franqueado por mis pies) más sentía que este, mi muy triste oficio, era de lo más semejante al eterno encargo del desventurado de Sísifo. Y bien, que sea por un cierto paternalismo de mi parte, no quise dejar sólo a mi asustadizo becario de la izquierda (que según el Protocolo ya mentado debía quedar solo apostado abajo mientras el segundo debía subir conmigo por sí las moscas) y dispuse entonces que los dos becarios permanecieran abajo y alertas pero por supuesto y en el caso de suceder cualquier tipo de contingencia, uno y, no los dos (cosa que les remaché hasta usando amenazador uno de mis dedos índices) debía correr lo más veloz que sus piernas le permitieran, claro, hacía arriba para informarme y no caer así en una emboscada… pero, ¿qué digo? Me parto de la risa, sí… ah, en fin. Prosigamos…

 

Llegué hasta el quinto piso con mi lengua hecha corbata por la fatiga (un ascensor estropeado que recibió mudo mis improperios) y me enfrenté en el momento a un largo pasillo bañado por una luz aséptica, pero intermitente, proveniente de esas candelas fluorescentes tan de moda en oficinas. Me fui acercando y al punto de algunos pasos que sonaron a verdaderas galletas crujiendo por tanto pisaba lo que supuse era una suerte de improvisada moqueta hecha de vidrio machacado de modo que rudimentaria alarma por los zombis que pudieran trepar hasta el quinto piso (prudente no hay duda pero prelación innecesaria ya que está demostrado que los no-muertos no son especialmente diestros con las escaleras. Problemas de equilibrio según expertos en la materia [5] y) una voz muy aguda, horrorosamente destemplada a la vez me detuvo con un: “despacito, despacito…”, que claro yo no obedecí por el tufillo a tiranuelo que le olí hasta que corroboré con sobresalto que ese quien me lo pedía me estaba apuntando, bien escondido desde el umbral de la puerta que lucía más a modo de una barricada, con una de esas escopetas de doble cañón que imagino se utilizaban en serenos y remotos tiempos pasados, sea para cazar paquidermos botsuanos u osos borrachos al menos.

 

— ¡Hombre, que te dije despacito, despacito…!— me volvió a hablar ese que al presente lo contemplaba ya sin obstáculos por tanto se irguió de repente de esa pose digámosle de “comando” pero sin dejar de apuntarme con esa monstruosa escopeta lo cual me llenó de muchísima más aprensión y no lo voy a negar en una pretenciosa intentona por llevármelas de muy macho. Tenía miedo, sí. Mucho, como podrán ustedes imaginar. Entre tanto eso de que el hombre es el lobo del… bueno, digamos ese certero aforismo, me apretujaba duro entre pecho y espalda.

 

— Soy sólo el cartero, tronco— le comenté sin saber bien qué más poder decirle. Presentía que cabrearlo podría significar que todo terminara en tragedia para mí así que… bueno sí, terminó en tragedia para mí, pero… claro aún no llegamos a este y digámosle punto álgido de esta mi muy sosa historia de zombis que pensándolo mejor pues… no… no es una historia tan sosa así que dije al principio.

 

— Despacito, despacito…— volvió a decirme (ese individuo vestido de chándal a lo gitano que era gordo por cierto y sobrado peludo de brazos y pecho que le afloraban del cuello de la camiseta blanca que llevaba sin saber bien donde le empezaba o le terminaba la barba bastante descuidada, lo que contrastaba esa su apariencia de primate con esa su voz de…) con esa su voz aguda, horriblemente destemplada y a sabiendas sin dejar de apuntarme con esa… ya saben: monstruosa escopeta, sea para cazar paquidermos botsuanos u osos borrachos.

 

— Pero baja eso tío que me pongo nervioso— le dije haciéndole un tímido gesto con la mano derecha para que dejara de apuntarme con esa monstruosa escopeta que parecía querer saltar en pedazos por sí sola y volarme de paso la tapa de los sesos en cualquier instante. Era esto literalmente la proverbial espada de Damocles que quería darme en la nuca con su pesado filo de… tengo algo de Bukowski, ¿o no? Ya sé, ya sé. Estoy aprendiendo, joder… bueno, estaba. ¡Ah, pero qué feo ha sonado esto último! Tan poca esperanza. Tan poca…

 

— ¡Despacito, despacito, gilipollas!— me gritó ahora el gordo voz de marica. — ¡Despacito, despacito, gilipollas!— me volvió a gritar interrumpiéndome el pensamiento y agregando esta vez: — Y si me obligas a que te lo repita pues aquí quedas tumbado como colador y digo eras un sin papeles que subió quién sabe cómo a tratar de comerme y ya sabes—.

 

— ¡Tranquilo, tío!— le pedí poniéndome cada vez más soliviantado por este gordo perturbado voz de marica. — Despacito, despacito…— dije revalidándole la pesadez y moviéndome hacia él pues así: despacito, despacito…

 

— Bien, bien…— me dijo en este momento el gordo voz de marica. — Entrar, a tomarse un cafecito…— me invitó ahora para mi tremendo pasmo pero siempre sin bajar esa monstruosa escopeta suya.

 

— Muchas gracias caballero…— le dije, fingiendo lo mejor que pude, una sonrisa de agradecimiento que buscaba desarmar esta tensa situación sin comprometer mucho mi propia vida que, aunque en un principio la haya yo calificado de anodina, al presente me resultaba una vida bastante valiosa sin siquiera yo saberlo así que… —…pero estoy trabajando y…— me interrumpió bajando por fin esa monstruosa escopeta pero no como yo hubiera querido.

 

— ¡¿Te quieres quedar sin huevos, gilipollas?!— me preguntó con esa voz de marica mientras las piernas me temblequeaban como las del becario sin remedio por imaginarme que a causa de una violenta explosión de perdigones iba a perder sin dejar rastro alguno todo eso colgante que yo pues calificaría sin irresoluciones de ser mi hombría y, si bien en estos momentos además de por el muy justificado temor, mi pene porque seamos educados, más que colgar parecía el agarradero de un zipper de lo enjuto que lo tenía. — ¡Café o la vida, gilipollas!— me dio a escoger el gordo voz de marica y, claro ante tal peliaguda decisión, yo más bien tuve que responder:

 

— A mí con leche me lo sirve…—

 

La decoración del amplio departamento era chocante sin lugar a dudas.Una grotesca combinación de iglesia (estampitas, imágenes sangrientas de cristo crucificado y una legión de muy fanáticos santos torturados de mil y una manera; crucifijos, rosarios… demás parafernalia religiosa) y cutres afiches de la más dura de las pornografías (carnales obscenidades no siempre sólo entre humanos si me entienden la bestial indirecta y creo, a pesar de la inexorable hemorragia que despilfarra lo poco de vida humana que aún me queda, pues que me he sonrojado al mencionar este material básicamente de un grandísimo degenerado sexual. Gordo y peludo en chándal. Con una voz aguda, horriblemente destemplada… bueno sí, una voz de marica para rematar). Un espantoso inventario de fe y perversión al mismo tiempo.

 

— ¿Te gusta mi obra, gilipollas?— me preguntó de lance en lance al notar, orgulloso digamos, que mis ojos miraban con una cierta repugnancia esa decoración que tapizaba los muros del amplio departamento en el que me encontraba de súbito y sobre todo contra mi voluntad gracias a esa monstruosa escopeta de doble cañón que aún muy tercamente continúo imaginando que alguna vez, en aquellos serenos y remotos tiempos pasados, se utilizaba sea para cazar paquidermos botsuanos u osos borrachos al menos.— A mí se me hace que tú lo que eres es uno de mis muchos fans, picarón…— me dijo el gordo voz de marica desternillándose de una manera que sólo puedo tacharla de grotesca. —…pero noto “hamijo” que te da algo de penita confesármelo, ¿verdad?— me habló en cuanto sacando por poco de la nada una tarjeta profesional que me la entregó con una sonrisa muy laxa y radiante, extrañamente, de lo más pueril. O al menos así me pareció a mí. Con corta diferencia a la risita orgullosa de un niño al recibir un espaldarazo por haber hecho algo de cierto mérito. Qué sé yo… por haber sacado buenas notas en el cole o…

 

 

TORPEDO

Pornógrafo

 

 

…aquí ineludiblemente leí con horror esas dos palabras y, este autoproclamado pornógrafo… ni lento ni perezoso, en este momento me obligó a punta de escopeta, siempre a punta de escopeta, a que me sentara en un sillón ancho de cuero frente al cual había una puerta que (sin esperármelo me llegó pero filtrado a través de la madera un sonido a fin de que el maullido de una gata en celo a lo mejor y) supuse era una de las tantas habitaciones del amplio departamento y sin perderme de vista me dio una de esas costosas tabletas de la manzanita mordisqueada y (tuve que poner el, al parecer, ya olvidado paquete a un lado) que para que viera algunos, según él, de sus más famosos videos del innovador (un invento de su propia cosecha también según él…) género “pornofreak”, como él así los llamaba.

 

— Te pongo primero uno que es de la colección que yo le llamo: aventuras pecaminosas del padre Palomeque.— me dijo explicándome el video que corría en este momento frente a mis ojos que miraban… mojigato no soy y en efecto salía el gordo voz de marica disfrazado de sacerdote católico con unos dientes postizos de lo más podridos y la gracia de todo el asunto, de la digamos pornográfica situación, era que una puta… no, actriz me dijo después corrigiéndose para sonar supongo más profesional, llegaba ante el tal padre Palomeque a confesar muy inocentonamente algún que otro pecadillo de la carne y bueno… ya ustedes pueden deducir lo que seguía a continuación pero, había algo más o mejor dicho algo menos, sí. Un defecto en todo esto que era el muy escaso pene del gordo voz de marica que de lo pequeño apenas y se… — Este otro…— me dijo arrebatándome entusiasmado la tableta y cambiando el video con algunos alíferos movimientos de sus dedos. — De mi otra colección: un cerdo en Cerdostán…— dijo ahora presentándome a su otro personaje el muy ilustre, otra vez según él, “Juanito Cerdo”. Cuyas mañas para pillar en la calle a cualquier hembra a cambio de dinero eran supuestamente celebres entre sus fans en la red de redes. — Dale para atrás…— me dijo refiriéndose a la tableta y apuntándome en toda la cara con una mayor raigambre que me alarmó. — El cuarto video…— me indicó mientras el supuesto maullido de la supuesta gata en celo se hizo al presente mucho más intenso por detrás de esa puerta que tenía enfrente y la sonrisa degenerada de este gordo degenerado fue llegando a su ápex. — Chicle Faustino es un personaje entrañable…— me dijo y a mí por poco que se me derriten ojos y tímpanos por lo que advertía, oía de esa tableta que lo más decente sería darle fuego junto a ese amplio departamento y con el gordo voz de marica dentro este que… — …presta siempre su querido perro a chicas solitarias que…— bueno comprenderán (que para en este momento pues estamos ya en confianza me supongo y) que las mentadas imágenes bestiales que decoraban los muros venían no por cabeza de este pero de la misma manera de otros videos de la misma calaña contra natura. — Estos videos se venden por “internec” como bolillos de pan sacaditos del horno— me afirmó con un habla de lo más neutro quizá denotando según él profesionalismo. — Mucho degenerado en este país de zombis— habló después y de nuevo aquel maullido de gata en celo que…

 

— Sólo con verte noto que podrías tener un gran futuro en este el negocio del porno, chavalote— me dijo, cosa que me aterró de sobremanera ya que pensé como fucilazo que de la misma manera el gordo voz de marica este se dedicaba al porno dícese: gay.

 

— No te me asustes…— se me adelantó el gordo voz de marica a lo mejor porque se me notaba mucho la inopinada aflicción por mi periné— …nada de mariconadas.— quiso tranquilizarme lo mejor que pudo el gordo voz de marica y de nuevo el maullido de gata en celo que por primera vez, al presente, quise en el fondo saber qué era realmente. — Bueno veo que mucho miras esa puerta…— adivinó mi curiosidad el gordo voz de marica y sin más preámbulos la abrió y… el horror, sí. El horror… — Te presento mi nuevo fichaje…— dijo más entretenido con mi pusilánime reacción de encaramarme al sillón ancho en absoluto pánico pues… — …Inmaculada la zombi enana y puta…— anunció el gordo voz de marica mostrándome como un vendedor y actor en infomerciales a una zombi enana y encadenada que se arrastraba putrefacta hacia mí. — En premisa, hijo. Pornozombifreak…— dijo en aquel momento el gordo voz de marica. —…y quiero de todo corazón que tú participes. ¡Pero qué gran honor, majete!— me dijo retomando el habla neutro, dizque profesional de hacía unos instantes. — En otros tiempos, mejores yo diría, habría usado a un “sudaca” pero ya ves a lo que hemos llegado por ser tan xenófobos… políticos de mierda no hay duda. Ahora en la pobreza de este país me voy a tener que conformar con un “sudañól” [6] como tú pues cosas frikis como estas son las que demandan siempre la muchachada de la “internec” y el gran Torpedo siempre le cumple a la muchachada de la “internec”.— continuó con su media explicación o acaso sería un su discurso y… — Vete desnudando que la enanita esta quiere ya que le des mucha cañita…— soltando una feroz carcajada que pensé iba a destrozar los ventanales del que sin duda aparte de su primigenio propósito de servir así que morada del gordo voz de marica era asimismo plató para rodar cine del más disoluto porno.

 

No sé el porqué pero me negué. A desnudarme. Me llené de una valentía suicida podrán decir pero… mi intrepidez no duró mucho y terminó desinflándose por completo cuando mis dos becarios (pese a mis advertencias) subieron al mismo tiempo asustados para informarme que un número significativo de… sin amagar el gordo voz de marica les disparó con la monstruosa escopeta de doble cañón que aún en toda esta desgracia muy tercamente continúo imaginando que alguna vez, en aquellos serenos y remotos tiempos pasados, se utilizaba sea para cazar paquidermos botsuanos u osos borrachos al menos y… los dos cayeron muertos (así que cualquier vulgar ave gallinácea) abatidos por degenerado cazador y…

 

— ¡Haberme dicho que estabas acompañado!— replicó mosqueado el gordo voz de marica y recargando veloz la monstruosa escopeta que había aniquilado de manera tan hacedera a mis dos pobres becarios que… — ¡Habríamos hecho un Bukakkede puta madre!— volvió a apuntarme y… — ¿Ahora sí te quitas la ropa, gilipollas?— me preguntó y por tanto ni modo tuve que cumplir desde luego que como todo un profesional y… ¿Qué cuándo comenzó a hastiarme esta mi muy sosa historia de zombis? Hmm… esa es una muy buena pregunta, sin duda. Yo tal vez diría cuando me convertí en uno. Bueno, aclaro… estoy por convertirme en uno, sí. De modo que como supongo imaginarán bien… agonizo, sí…

 

 

 

 

 

Notas

 

[1] “¡Zombis, sí… pero al menos nuestros!”, la famosa consigna de la extrema derecha con los primeros casos de zombis confirmados en nuestro país.

 

[2] Según el físico, biólogo molecular y neurocientífico martinicano Médéric Louis Élie Moreau de Saint-Méry, el origen de la enfermedad-Z, que es una condición patológica causada por una alteración del genoma. Una mutación que en resumidas cuentas se debía a la endogamia que desmoronaba nuestra sociedad como un simple montículo de piedras. Que con el pasar de cada generación fue haciéndose más virulenta hasta transformarse en una patología hereditaria muy similar a los horribles padecimientos de la dinastía de los Habsburgo con Carlos II de España y su hipogonadismo o incluso a la hemofilia que sangraba a la extensa familia de la Reina Victoria. Y por supuesto hubo un momento en el tiempo que la trasmisión de aristócrata y atávica pasó a contagiar al populacho a través de vulgares mordeduras como la rabia y de haber matado al perro rabioso a tiempo nos hubiéramos evitado tanto sufrimiento. En cifra, con esta bromita de muy mal gusto de la naturaleza, fue que todo empezó a declinar de manera acelerada en nuestra ya despedazada sociedad.

 

[3] Salamanca, Víctor Pantaleón (Editorial M tras M, 2038, edición revisada). Protocolo del servicio postal contra inclemencias, crimen urbano y rural, extenuación, falta de direcciones, mascotas agresivas, muertos vivientes y demás incidencias en la vida de un cartero apocalíptico. ISBN 0-8019-8379-8.

 

[4] El famoso incidente de La Buga del Lobo. Restaurante ubicado en la calle de Argumosa, 11. Donde según se cuenta un cartero de nombre Joaquín Amando Márquez Rojas fue hecho rehén en una de sus rondas por un trío de zombis y obligado a traicionar a un grupo de sobrevivientes que se encontraban refugiados dentro del restaurante. Si bien nunca se ha confirmado la veracidad de esta terrible historia, ésta sin embargo, ha pasado sin dificultad al imaginario popular.

 

[5] Parada, Juan José (Editorial Tulp, 2027). Libro de monstruos o el compendio ilustrado de anatomía de los no-muertos. ISBN 0-8046-8379-9.

 

[6] Neologismo. De la combinación de las palabras sureño + español. Peyorativo luego de la quiebra desastrosa del Reino de España gracias a la Führer Merk—l. Circa 2014.

 

 

 

 

Acerca de c. gerardo perla

c. gerardo perlaC. Gerardo Perla (San Salvador, 1976) realizó estudios de Jurisprudencia y Ciencias Sociales en su país, además de la carrera de Comunicaciones y, cursó luego estudios de Historia en la Universidad de La Sorbona en París. Aficionado a la buena lectura, al cine en general y, adicto al anime y a la hibernación. EL SABOR DE LO HEROICO, su primera novela, será publicada en 2012 por la editorial española Alcalá Grupo Editorial ( http://alcalagrupo.es ). Pueden encontrar al autor en Twitter @CGerardoPerla y en Facebook http://facebook.com/cgerardo.perla

 

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