La fatalidad como legado: la relación Padre/Hija en las Décimas de Violeta Parra, por Bernardita Yannucci

En las Décimas, Violeta Parra esboza la relación con su figura paterna a través de la contradicción: la justificación y la desaprobación se entrelazan en torno al errado accionar del padre y que por consecuencia los limita a la pobreza. Lo anterior da pie para que Violeta se embargue de un sentido social que desemboca en el sentimiento de fatalidad que envuelve su relación con la realidad.

Por un lado, el estado contradictorio de la relación padre e hija se deja ver en la herencia o el legado material y vivencial, es decir, lo que no le deja en un sentido material, sí se lo deja en tradición. El padre no deja propiedades ni dinero, pero le traspasa una herencia musical y poética fundamental y constructiva de la figura de Violeta Parra.

Por otro lado, ese mismo estado de contradicción permite que la cantora esté alerta a la realidad económica y social de su época (y de todas). La justificación al padre se basa totalmente en ese conocimiento. Sabe que le tocó difícil, que la pérdida de trabajo del padre no es culpa de él, lo que conduce a Violeta a justificar el estado mental que lo lleva a perderse en el alcohol.

En una primera instancia, en “La suerte mía fatal”,  Violeta presenta al padre como una persona culta y letrada, imagen que irá decayendo avanzadas las Décimas:

“(…) Mi taita fue muy letrario:
pa’ profesor estudió
y a las escuelas llegó
a enseñar su diccionario (…)” (Parra 40)

Más adelante, en “Por estas y otras razones”, se muestra al padre abiertamente rebajado, citando la manera en que la madre lo regaña continuamente por su inclinación a gastar el salario en alcohol. Lo anterior, en palabras de Violeta, tiene directa relación con la mala vida que llevaban en esa época. Sin embargo, más adelante  en la misma décima se lo justifica:

“Por estas y otras razones
que van a salir al baile,
no era vidita de fraile
lo que pasé en ese entonces.
Cual campanario de bronce,
l’esposa reta que reta
al taita qu’ en la chupeta
se le va medio salario,
mientras anuncian los diarios
que sube la marraqueta (…)” (Parra 51)

En los versos anteriores se vislumbra la conciencia de la realidad social que Violeta tiene del mundo. Esa lucidez es empujada por las penurias económicas que pasa la familia como consecuencia del despilfarro paterno. Sin embargo, en los versos siguientes, Violeta justificará su apego a la bebida y se volverá a mencionar el pesar que le producen las acciones del padre:

“(…) Y cómo no iba a tomar
con tan crecidos pesares,
cruzando bravidos mares
en centro del huracán.
Los sesos me han de saltar
con esta dura existencia (…)” (Parra 51)

Más avanzada la décima, se da una larga enumeración de situaciones a modo de justificación del comportamiento alcohólico de la figura paterna:

“(…) ¡Y quién no toma su trago!
Empiezo por los canutos,
el habiloso y el bruto,
toma el crédulo y el mago,
el ocupa’o y el vago,
el triste con el contento.
Pa’ remediar sus tormentos
y el mal d’esta perra vida,
es píldora la bebida
que calma por un momento.

Así como están las cosas
en este preciso instante,
bebe el jefe sumariante
y el panteonero en la fosa,
toma la monja afanosa
y el “tira” en los cuartelones,
y el roto en los callejones,
esto se sabe muy bien,
y en las casas de placer,
niñas y mariposones.

Hay más: en los hospitales
pasa cura’o el enfermo,
le traen en lindo termo,
el zumo de los parrales;
el preso pagando males
en el cuartel, felizcote,
de alcohol, un botellonzote
con el qu’está barnizando,
un trago de cuando en cuando
le cruza por el cogote (…)” (Parra 51-52)

Finalmente, volverá a resurgir el sentido social y de denuncia que aborda a Violeta Parra. Se concluye que la culpa de que el hombre se pierda en el alcohol es de quien dirige al país. Para Violeta en sus manos está la solución:

“(…) Si quieren poner atajo
pa’ remediar este mal,
la casa presidencial
tien’ el remedio en la mano.
El es taita y soberano

Del pobre que chupa huesos;
mas, veo que se hace el leso,
brindando por el embudo,
la ley que nos tiene mudo’
y ungüento nos vuelve el seso” (Parra 52)

Queda entonces establecido el sentimiento contradictorio que le despierta el padre. Durante el transcurso de las décimas restantes, se irá configurando esa condición de tal manera que el sentimiento de fatalidad será transmitido a la figura de Violeta a través de la vida del padre, pero la compasión y la admiración ocasional que se muestra en los versos, dejan ver la justificación de todo lo que al mismo tiempo desaprueba. No es culpa de él, es culpa del mundo.

En “Así creció la maleza”, se expone cómo la miseria irrumpe en su vida a raíz de la pérdida del empleo paterno, pero nuevamente se le justifica:

“Así creció la maleza
en casa del profesor,
por causa del dictador,
entramos en la pobreza.
Juro por Santa Teresa
que lo que digo es verdad:
le quitan su actividad,
y en un rincón del baúl
brillando está el sobre azul
con el anuncio fatal (…)” (Parra 75)

En la décima “Esto me da un pensamiento”, se muestra bajo qué circunstancias el padre pierde las tierras que heredó del abuelo de Violeta. En los versos nuevamente es posible encontrar la justificación de su actuar, nuevamente la culpa es del mundo y no de él:

“(…) En fiestas de tomatina
mi taita vende la tierra,
con lo que se arma la guerra
en medio del pasadizo.
Le exigen los compromisos,
qu’ él les firmó entre botellas.

D’esta manera tan vil,
le rapiñaron la herencia
¡danos, Señor, la paciencia
para este plazo cumplir!
La ruta debe seguir
aunque la rueda esté suelta,
vaya sin eje o envuelta;
cúmplase lo que está escrito.
Es el destino maldito
y no hay más que darle vuelta (…)” (Parra 83)

En los versos anteriores queda establecido ese desprender al padre de su error, y los culpables son los rapiñeros que le han embaucado estando bajo los efectos del alcohol y el destino, nunca es responsabilidad de él.

Más adelante, en “No tiene la culpa el chancho”, se fortalece la idea de la justificación. El padre está mal, ya enfermo a causa de las desgracias y aparece la representación del dicho popular que le da el título a la décima. La culpa de todos los males del padre no es de él mismo, es del presidente:

“No tiene la culpa el chancho,
sino quien le da el afrecho.
Hoy el instante aprovecho
para tomar mi revancho;
del árbol salió este gancho
pa’ repetirlo tan fuerte,
que si mi taita en la muerte
procura encontrar reposo,
fue por aquel fastidioso
Ibáñez, el presidente (…)” (Parra 103)

Para la muerte del padre, Violeta se despoja de toda ira y su figura queda limpia y pura. La visión ha cambiado completamente y se manifiesta el más grande dolor y admiración por su vida:

“(…) Fue tan crecida la pena,
tan grande la confusión,
que en todo mi corazón
se reventaron las venas (…)

Aunque cinco años hacía
que le quitaron su escuela,
vinieron largas hileras
de profesores y niñas (…)” (Parra 113-114)

Queda establecida la manera en que Violeta Parra construye una imagen distorsionada del padre, donde la fatalidad y las penurias que le ocasionan a ella, quedan justificadas por razones sociales. Hay una tendencia a embellecer su figura a través de la condición de profesor o letrado y se plantean todas las desgracias que ocasionó como consecuencia del gobierno de Ibáñez. Si bien en los versos se manifiesta la rabia de Violeta producida por los errores paternos, termina siendo desviada y justificada. La fatalidad heredada del padre, es la herencia social del Chile de la época.

Irene Klein, plantea que cuando la familia aparece en las historias de vida, lo hace a modo de galería de retratos, es decir, se les atribuye a cada uno una característica peculiar, el narrador los rescata del recuerdo a partir de algún rasgo, conducta o característica, por lo que “es así que, a modo de galería de fotos, cada retrato podría llevar una especie de título o leyenda que lo identifique: el abuelo pintón, el primo excéntrico, la tía solterona, etc.” (Klein 47) Lo anterior se aplica perfectamente a la construcción autobiográfica que ha hecho Parra del padre, pues lo ha retratado a partir de características particulares: al padre se lo presenta como un hombre de música, letrado por su condición de profesor y como una víctima de la sociedad, etc. La teórica afirma que, por lo general, cuando los padres aparecen en estas categorías, es cuando ya han muerto y cuando se los menciona “siempre gozan de respeto o incluso veneración, los padres se presentan a partir de sus características más loables que, sobre todo, se relacionan con el cumplimiento de rol social (…) para muchas mujeres, el padre asume características de padre supremo, maestro de la vida y creador” (Klein 48) Lo anterior calza a la perfección con la figura paterna que Violeta reconstruye en sus versos, ya que se la despoja de faltas, transformándolas en consecuencias de los males causados por lo externo, en este caso, de la pobreza, el desempleo y la política. El padre pasa a ser justificado irremediablemente, se le atribuye lo más sagrado, el legado artístico.

En las Décimas, inicialmente se configura la fatalidad a través de la relación con la figura paterna, lo que luego dará paso a la manera en que Violeta se planteará frente al mundo que la juzga por su condición. Serán entonces, luego de la relación con el padre, la pobreza y la fealdad grandes referentes al momento de esbozar los trazos de una autoconstrucción victimizada, heredera de una fatalidad un tanto manipulada.

 

Ilustración: Mariela Villalobos

 

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Sobre bernardita yannucci

bernardita yannucciSantiago, 1986. Licenciada en Lengua y Literatura. Actualmente cursa el último año del Magíster en Lit. Latinoamericana UAH. Participó en los talleres de poesía de la Fundación Pablo Neruda en Valparaíso (2004) y Santiago (2007).

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