El León Hipocondriaco, por Feyie Ferrán Pizarro

The Wood Between by Essi Kimpimaki

Se escribe con plomo, olio de grafito y cenicero marchito. Olmo sincerado por el otoño, cabello que cae del foco que transluce noche y palabras secas. Adorno de cuero y pintura de Botticelli (falsa), por lo demás: una cama de asfalto que incomoda y penumbra pesadillas eternas, también cortinas en una alcoba con una entrada-salida por derecha, el haz que luna pretende y asoma intriga que ilumina escritorio desprovisto de quien le utiliza, otras cosas como chimenea ardiendo y un atiborrado pusilánime en un sillón de Frankfurt; tercio pelo y seda deteriorada por años voraces, un bordado de tres barcos se repetía hasta tocar la mano prejuiciosa del malherido.

Todo es una enfermedad, la vida es sufrir. –Se lamenta él– Sufrir es la vida, y si es así: no es vida esta que vivo.

Los médicos van de lado a lado, en el pasillo y jardín fumando. Sesenta: entre neurocirujanos, kinesiólogos, neurólogos, cardiólogos, otros pediatras y estudiantes. Nadie quieto, vela encendida y piel de pavo. Humo sedado por aparatos antropo-regulares, pulmones, cardio-sensación de neuro-intriga, feroz intriga que estremece al intrigado. Zapatos de mujer y piernas cortas, bandeja con misceláneo de pastillas y jarabes innombrables. Mujer brazos estrechos-de-Bering, busca la jeringa larga y espeluznante. Agrada de clavar, dañar o burlar la piel delicada y quieta, la palpita y consuela con pulsiones neuro-aferradas al cardio-deseo. El violar el espacio con adminículo puntiagudo que rocía jugo, veneno de sanos. No hay suspiro, la clave está en la costumbre, nervios de acero forjado. No hay cura para la existencia, solo: no existir.

Todo es una enfermedad, la vida es sufrir. –Mientras la mujer pequeña disfruta su oficio vuelve  a susurrar con dolor él– Sufrir es la vida, y si es así: no es vida esta que vivo. ¿Qué más me espera que esperar otra que no sea esta?

Todo es rutina cegada por el factor costumbre, la noche se aferra al polvo de piano y muebles maltrechos. Hornos fríos y duchas desérticas, todo en vuelco horrible y peor aún: palpable. Sale la mujer y la alcoba se vuelve a cerrar entre cadenas prometeicas o cuan Atlas aferrado a un peso eterno en hombros frágiles. Además una soga que sostiene un cartel tan antiguo que se le resta importancia; cuarentena, es lo único que se sabe.

Ya no hay nadie, solo los aullidos y el sonido de candelabros que agitados por el viento de una ventana abierta quebrantan el silencio. Largos pasillos con alfombras necias, cortinas rotas y salones sociales sin burgueses. Uno que otro mosquito y araña viuda por el veneno que por su naturaleza transfiere al amar. Cosa curiosa el que se sabe entregar, para morir como uno más –al final es siempre final–. Otros treinta y dos pabellones de lo mismo, escena repetida y catalejo fijo en el presente.

Los mitómanos fueron albergados en este mundo bajo la excusa de que todo estuviese permitido. Los ludópatas, neuróticos y narcisistas entre tantos más, todos protegidos por el libre arbitrio: enfermedad que nos sucumbe en nuestro propio huerto de espigas. El quirófano tiene una suerte de ciudad prometida, alojo de usureros ostentosos y francos demócratas. Como ya se señaló, todos enfermos. ¿Qué puede encontrarse en la búsqueda de la muerte sino más en las cuales morir? ¿Qué mente neuro-razonable cree todo el cardio-fundamento religioso de paz? La vida no es sino sufrirse, dolor, existencia bajo acuerdo. Todo es una enfermedad, la vida es sufrir. –Se lamenta él– Sufrir es la vida.

La chimenea abrasadora en la tenaz oscuridad, luna oculta tras un velo mortífero. Puñal de estrellas todas hijas del cuervo, puesto que nunca más, es siempre; puede intimidar el hecho de sangre-arena en el suelo-oceánico. Mas nunca fue salida la respuesta, ni da cabida a que alguna noche lo será. Los lobos ya no saben que son y los pequeños demonios se disfrazan en las afueras de la ciudad de oro: traje de Italia y vino importado. Puede existir comparación de extraños brujos con elixir de volcán ancestral. El juego es una ficha sobre una galaxia cualquiera y esperar a que la ruleta acierte o falle: no existe nula posibilidad de algo más allá.

Su cola estropeó todos los trajes, los bellos engendraron ser ajeno, modificado por axiomas neuro-transgresores que dañaron toda la cardio-esperanza de volver al punto inicial. La bata cubre lo demás y aquello que es visible solo tiene parecido a un León que viejo y desalmado quiso ser hombre, forzoso empeño desnaturalizado en el intento. Intento tras intento. Se pregunta:

¿Has de saber lo que un hombre es, Razón, mecanismo, alma, libertad o simple artilugio de lo transgredido por la neuro-sociedad? Todo es una enfermedad, la vida es sufrir. –Se vuelve lamentar– Sufrir es la vida. ¿Qué otra cosa si no esperar el último suspiro de lo eterno?

Se escribe con carbón-diamante, tiempo y preciso secreto. Hay quienes saben por antiguos preceptores, o amainados filósofos de vejez sabia. Se cuentan constelaciones y se posibilitan ciencias para la mano u ordenador informático. Pero pese al intento de oxigenar, burbujas solo hay en el fondo del mar –la enfermedad es no saber–. Por otro lado están los felices, que saltan en el bosque y juegan a esconder sus almas de todo otro que al igual que él, se oculta. Las flores los enternecen y las montañas alcanzan su propósito. La neuro-intención es volverse ficticio ser cardio-indefinible. Cayendo en Yerro y escondite infranqueable, cabe la posibilidad del tampoco encontrarse en el bosque que sirvió para no ser otro.

El existir es un eterno proceso, el León ocupa sus patas para inclinarse al balcón. El futuro no es algo descifrable y es probable que si dios aún existiese, tampoco lo sabría con claridad. ¿Qué es aquello en lo cual nada puede pensarse?

Se ve el horizonte turbarse de líneas color fuego, pena y rincón lleno de libros muertos. Manojos de pinceles y tinta fina nunca utilizada, otros pedazos de tiza y velas casi derretidas por el antropo-silencio o el astro-proceso. Todo indica que las cardio-efusiones han entregado todo lo que han podido ofrecer, mas restarían ideas neuro-cardiacas si la enfermedad continua al amanecer. Aun no existen tales. Pero se escribe con plomo, olio de grafito y cenicero marchito. Me pregunto y digo:

Todo es una enfermedad, la vida es sufrir. Sufrir es la vida, y si es así: no es vida esta que vivo.

Con lo que queda

de antropo-sentido

dejo el Astro-sendero

Para que el enfermo

que quiera curarse

siga su periplo

hasta encontrarse

o fallar en el laberinto del alma cardio-guardada

quedar atrapado en la enfermedad de la vida neuro-creada.

 

Ilustración: The Wood Between de Essi Kimpimaki

 

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Sobre Feyie Ferrán Pizarro

Feyie Ferrán PizarroFeyie Ferrán, residente en Santiago de Chile, estudiante universitario cursando la carrera de licenciatura en filosofía en la universidad Alberto Hurtado. Escritor, posee un libro (poemario) publicado por la editorial Cinosargo bajo el Heteronimo de Felipe Laeter titulado "Cuaderno extraviado".

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