Mo y Mu, de Enrique Herrera Ibáñez

There Is Soft by Michał Janowski

Cada catorce de septiembre llego hasta su departamento con una torta entre las manos. Nadie sabe que mantengo contacto con ellos. No es por vergüenza, pero prefiero no dar explicaciones… Cómo decirle al mundo que su historia es, en cierta forma, también la mía. Todos somos diferentes, pero existen personalidades más difíciles de sobrellevar. Lo que hace distinto a Mu, por ejemplo, es su fobia por algunos números. Cuando lo conocí en la facultad de economía, aseguraba que el cinco y el tres se le aparecían de las formas más increíbles y en los momentos menos oportunos, provocándole convulsiones que hasta hoy son recordadas en la universidad. Por ese entonces, nadie fue indiferente a las extrañezas del tipo de gorra negra y barba motuda que comenzó a llamarse de esa manera tan rara el día en que conoció a Mo. Sorprendentemente, Mo merodeaba los mismos pasillos que Mu el primer semestre del noventa y nueve, desgarbado y asediado por la hegemonía que la letra eme ejercía sobre él, haciéndolo emplear solo palabras que empezasen con esa letra. Hasta ese momento, ninguno sabía sobre la existencia del otro y ninguno imaginó tampoco que compartirían un pedacito de mundo en donde podrían ser ellos mismos sin escandalizar a nadie.

¡Allí está ese gato! Cada vez que subo por Almirante Montt por estas fechas me encuentro con el mismo gato gordo contemplando hipnotizado desde su dintel los volantines que bailotean por el cielo, como si fuesen ángeles de papel manejados por hilos de otros mundos. Esa misma expresión recuerdo haber visto en el rostro de Mu cuando conoció a Mo. Por esos días, Mo era alumno de literatura y llevaba unos lentes tan grandes y gruesos que parecían un antifaz. Cuando supe lo que estudiaba, pensé que se trataba de una broma de mal gusto; y es que cómo alguien con un vocabulario tan acotado podía lidiar con un mar de letras, pero enseguida razoné que Mu se las arreglaba para estudiar economía padeciendo una aversión horrenda por ciertos números, y pensé: estos dos son tal para cual. A pesar de las reprimendas que recibía, Mo apilaba en una sección aparte de la biblioteca todos los textos cuyos títulos comenzasen con su consonante predilecta. Mo no se daba cuenta, pero su presencia en ese lugar conformaba el caos para el sistema. El día en que la Encargada lo declaró persona non grata, Mu recibió la noticia más cruel de su vida: sus compañeros habían exigido a las autoridades su expulsión por alterar la armonía de la facultad. Si bien Mu obtenía calificaciones muy por sobre el promedio y su asistencia a clases era irreprochable, sus intervenciones estrafalarias y sus espasmos cada vez que avistaba un cinco o un tres lo hicieron merecedor del rechazo de toda la comunidad universitaria. Cuando Mo y Mu se descubrieron aquel día en la antesala de la biblioteca y cruzaron las primeras palabras, se supieron compañeros fraternales y acordaron enfrentar juntos el exilio al cual habían sido condenados. Puede que suene ridículo, pero ese día sentí envidia por los dos.

Trato de divisar si alguien se asoma por la ventana izquierda del cuarto piso. Tengo la esperanza de que estén aguardando mi llegada, aunque dudo que sepan qué día es hoy. En mi bolsillo llevo el listado que solo comparto con ellos…, nadie más comprendería la importancia de estos seis nuevos nombres para nuestra cofradía.

Pero la convivencia entre Mo y Mu no siempre estuvo exenta de problemas. Una tarde, Mo le dijo a Mu que saldría por manzanas y membrillos. En realidad odiaba esas frutas, pero eran de las pocas que podía pedir en la frutería a viva voz y sin dificultad. Al poco rato, Mo regresó enfurecido, pues le habían dicho que Mentita (su ex novia) salía por las noches con un tipo, al cual de inmediato bautizó, sin conocerlo, como Mierda. Mu, nervioso al escuchar el hallazgo de su compañero, se escabulló hasta su habitación, donde se encaramó en una silla y comenzó a pintar ochos y nueves en un espacio en blanco que había en el techo. De niño, sus padres detectaron que unas ronchas enormes aparecían en su piel, sobre todo en época escolar. A esa edad, Mu no sabía explicar el pavor que sentía por algunos números. Se retraía y evitaba, por ejemplo: jugar al bingo o a las cartas, mirar los precios de los artículos en el supermercado y mucho menos revisaba el directorio telefónico. Es así como su agilidad matemática proviene de su fobia a las calculadoras y su impuntualidad es el resultado de una vida desprovista de relojes. Cuando Mo se enteró de la identidad del sujeto que salía con Mentita, sintió un nudo apretado en su estómago y en su garganta. Tras destruir todo lo que encontró a su paso, ideó su venganza y esa noche dejó un papel sobre la almohada de su compañero con el siguiente mensaje:

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Tras aquel fatídico episodio, les expliqué que debían mantenerse unidos; que no podían traicionarse ni hacer cosas que perturbasen al otro. Es esto o ir a dar a algún lugar en donde parecerán zombies y no pueda visitarlos jamás, les grité y ambos guardaron silencio.

Antes de retirar la torta con nuestros nombres en la pastelería, fui al hospital a preguntar por los niños que habían nacido hoy. Mi registro va en el volumen veintiuno. Llevo anotadas ochocientas veintidós personas nacidas un 14 de septiembre. Cuando les diga a los chicos las novedades que tengo, se pondrán muy contentos. Al menos con ellos no debo fingir que no conozco la vida de esas personas ni tengo que omitir la ilusión que me hace el que hayan nacido cuatro niñas y dos niños que probablemente se parecerán a nosotros. A la fecha, he identificado a un niño de diez años que viste solo de amarillo, a una joven que insiste en pagar en las tiendas con piedras en vez de dinero y a un adolescente que escribe todas las palabras al revés. “Roma” y “Amor” son sus favoritas.

Golpeo la puerta y Mu es quien abre. Ya no es el mismo tipo que conocí en la facultad de economía. Ahora se pasa las horas repitiendo hasta el cansancio aquellos dígitos que por tanto tiempo luchó por esquivar.

-Hola, Me…

Mu extiende su mano, pero escasamente roza la mía. Mientras mira con fascinación la torta que he traído para los tres, grita para ser escuchado por su compañero que se encuentra en la cocina.

-¡Mo, no te has acordado! ¡Hoy estamos de cumpleaños!

Ilustración: There Is Soft, por Michał Janowski

 

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Sobre Enrique Herrera

Enrique HerreraIngeniero ingenioso. Vivo de los números y vivo por las letras. He sido becario de la Fundación Pablo Neruda en dos oportunidades y he participado en talleres literarios dirigidos por Andrea Maturana y Marcelo Simonetti. Cosas que voy haciendo por la vida: tomar helados, comprarle cosas de color amarillo a mi sobrina, esperar la última peli de Almodóvar, jugar pictionary con mis amigos, sacar cuentas, pelarme la cabeza, comer chocolates, buscar libros que nadie tiene… Cosas que no (¡no!) voy haciendo por la vida: fumar, mirar documentales históricos, hacer deporte, prestar libros, comer cada cuatro horas, salir a caminar bajo la lluvia, chatear con desconocidos, apagar el despertador y seguir durmiendo, buscar algo por más de dos minutos en internet…

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