Petrouchka (ext. de novela), por Ericka Volkova

 

Wrapped around your finger by Apollonia Saintclair

Desarrollada en un contexto de tiempos múltiples que narra la trayectoria en un presente y pasado entremezclados, “Al caer el atardecer” aborda la interacción sadomasoquista que su protagonista descubre en la adolescencia. Intersexual y educada como varón dentro de una rígida y tradicional familia, la protagonista se enfrenta al tabú de su propia sexualidad, enturbiando su desarrollo con el reprimido deseo ferviente de cambiar su género al que ella, internamente, sabe es el correcto para sí misma.
De su tercer novela, la introducción y el primer capítulo.

Al caer el atardecer
(Introducción)

I
No es un secreto que sea una consumada “pantyhose fetishist”. Desde muy joven, en mi niñez, solía extasiadme la sensación de áspera suavidad que su tejido otorgaba al tacto, provocándome, como ya lo he dicho antes, un grato sentimiento fetichista que pocas veces puedo comparar o describir, pues las sensaciones son tan bastas e irregulares que avasallan cualquier descripción que pudiere relatar. Así, en ocasiones, un sentimiento de plácido bienestar egocéntrico me rodea, mientras que en otras la lujuria perversa me sobresalta, otras tantas la sensualidad me embarga, contraponiéndose con las sensaciones de deseo irrefrenable cuando con mis manos puedo palpar los glúteos, muslos, rodillas, pantorrillas y pies de una chica que les porte. He de confesar, como toda fetichista, que suelo preferir ciertos estilos y texturas en contraposición a otros; las vanizadas, que tenuemente con la luz chispean me encantan, siendo mis preferidas aquellas que pulcramente se ajustan a la piel, odiando aquellas otras que suelen crear pequeñas franjas disformes por no encontrarse totalmente tensas. Las pantimedias, al igual que las medias, deben ser continuas en su textura, sin apelmazarse en los muslos o rodillas, o bien, dar esa apariencia turbia de que se ha elegido la talla incorrecta, quedando en las piernas demasiado holgadas y sin conseguir el cometido de convertirse en parte de la epidermis misma.

Siendo niña nunca logré vestirles. Proviniendo de una familia con rígidos “códigos sociales y morales” éste placer, como muchos otros más me fue negado, pues la norma en una niña era el llevar calcetas, y para un niño, portar calcetines. En aquella edad podría haber increpado que algunas niñas utilizaban mallas, pero con mi condición de intersexualidad me hubiese sido prohibido el llevarles en cualquier forma; además, realmente no existían pantimedias que pudieren haberse ajustado a mi pequeña talla de entonces, conformándome con sentirles entre mis manos cuando, en soledad y hurgando en el cesto de la ropa que sería lavada, tenía la oportunidad de acariciar y fantasear con las que mi madre utilizaba. Desconozco como fue que ese sentimiento fetichista surgió en mí, no tengo la memoria suficiente para poder determinar un momento específico de ello. Como en un sueño que aparece de pronto, sin poder remembrar momento específico o situación concreta, solamente recuerdo con viveza las situaciones en que las pantimedias me enloquecían. Solía admirar con determinación las piernas de las chicas que les vestían y aún suelo hacerlo. Para mí, unas piernas desnudas que sobresalen de una falda o vestido nunca serán tan atractivas como aquellas otras que, combinadas a la perfección, son maquilladas con la fragilidad de unas medias o pantimedias. Aun en la excitación anterior al sexo prefiero a las chicas que no se encuentran totalmente desnudas en la intimidad de la sensual seducción; un sostén de varilla preformado de media copa con tirantes al hombro, o mejor aún, tipo strapless en combinación con unas pantimedias sin costura, o bien, con un liguero de encaje ancho y medias al muslo me son mucho más sensuales que la desnudez total. De igual forma, sin ser peyorativa ni mucho menos racista, suelo preferir los cuerpos pálidos carentes de color o bronceado alguno. Me atrae de sobremanera la palidez de una piel lechosamente blanca sin marca de sol alguna, y no es que desprecie los senos sobresalientemente blancos en un cuerpo bronceado, o que desdeñe la blancura de la marca de un lindo bikini en la pelvis y entrepierna de una chica que evidentemente ha pasado días en la playa. Tampoco puedo obviar a las chicas de color o de tez morena, Allah testigo mudo ha sido que, al lado de ellas, he enloquecido con la sexualidad bellamente abrupta que en distintas oportunidades he podido compartir. La belleza, en sí, no cuenta con color ni sexo alguno, pues ésta sencillamente surge con la contemplación de la estética, sea ésta preestablecida o propia. Sin embargo, creo sinceramente que sería un error mayúsculo afirmar que nadie cuenta con una preferencia, pues en todo aspecto, sea éste material, moral o sencillamente de apreciación, todos discrepamos en mayor o menor medida. Así, mis preferencias son claramente establecidas: chicas de piel pálida ataviadas con sostenes de copas preformadas y pantimedias que se ajusten a su cintura, caderas y piernas me son extremadamente sensuales, pudiéndome producir un auto-orgasmo con el simple hecho de verles postrarse frente a mí y silbarme un “Deseadme” con una tenue voz que entre sus labios escapa.

Antes que mi adolescencia llegare sabía perfectamente que no era similar a las demás, y al igual que muchas de nosotras, convencida estaba que lo que me sucedía solamente a mí me ocurría, haciéndome sentir aislada del resto de mis compañeros. Nunca tuve la oportunidad de emendar mi error infantil, el desconocimiento de la sexualidad que en casa era impuesto no me permitió conocer que millares somos las que “disímiles” nos sentimos, haciéndonos con ello iguales y semejantes, preguntándome entonces cual la “normalidad” es, si aquella que deseamos en la verdad ocultar, o aquella otra que en la realidad podemos descubrir. La pubertad me enseñó que la verdad y la realidad muy dispares suelen ser; mi verdad varonil era una y mi realidad intersexual era otra. La verdad que por mis padres me fue impuesta no conciliaba interactuar con la realidad que en mí yo descubría y ello me aterraba, reprimiendo mis momentos que solamente en la intimidad podía explayar, pues aún con mis amigos esta realidad oculta debía permanecer, pues de no hacedlo, la segregación iracunda aparecería. Analfabeta sexual en la adolescencia, entre las charlas de mis compañeros del colegio fui descubriendo los pormenores de una sexualidad falta que en mí varonilmente se negaba aflorar, y muy en contraposición, se desarrollaban aquellas otras características que poco tenían que ver con la sexualidad que mis padres, y el entorno social me impusieren. Mientras que mis compañeros alardeaban con el largo de sus penes y sus constantes erecciones, mis pechos denotaban los brotes tardíos de unos senos que germinaban, creciendo en contraposición a un atrofiado pene carente de escroto y testículos que se negaba a engrosar, siendo cada día más parecido a un clítoris externo que entre mis piernas tímidamente se asomare. Al igual que al resto de mis compañeros, mi cuerpo se transformaba, pero lo que en mí sucedía muy distinto al de los demás fuere; mis características femeninas afloraban en una realidad que no correspondiere a la verdad, mis caderas se moldaban en redondeles que engrosaban los glúteos, mi espalda jamás adquirió la anchura que debiere esperar y la cintura, que en realidad deseaba no engrosare, se esculpía en un abdomen que ansiaba permaneciere liso y llano. Mi realidad hizo que poco a poco fuere excluida, mientras mi verdad me aislaba igualmente tanto de chicas y chicos, pues para ambos, mi condición andrógina no me permitía la aceptación plena por alguno de los grupos, segregándome a la cofradía de “Las raritas” que conformábamos aquellas que pensábamos, actuábamos, y parecíamos “diferentes” del resto. Fue en ésta cofradía que encontré el soporte moral y psicológico que necesitaba, pues aun cuando cada uno de nosotros distintos éramos compartíamos una igualdad: la de ser precisamente discordantes y heterogéneos. Emina, Ivan, Nikolai, Aleksandra, Leonid, Svetlana, Yuliya, Inga, Grigoriy y yo; tan distintos y homogéneos todos, cada cual circunscrito a su realidad que nos enfrentaba en una edad adusta y dispar, que nos afrontaba a verdades diversas que hacían nos uniéremos en una misma: la de ser distintos en un mundo de semejanzas dispares.

En aquellos años de colegio, y aún en los primeros universitarios jamás logré combinar la verdad con mi realidad. Muchos eran, y siguen siendo los tabúes y temores que albergo, aparentando una verdad que poco, con el transcurso de mi desarrollo andrógino lograba aparentar.

Dos acciones han permanecido inalterables en mi memora: la primera es la ocasión que puede deslizar unas pantimedias entre mis piernas, y la segunda, el momento que adquirí mi primer par de pantimedias y sostenes específicamente para mí. Dos acciones triviales, más no intrascendentes, pues el significado psicológico, social y moral marcó, sin duda alguna, un efecto fundamental en mi personalidad: mi propia feminidad.

 

Capítulo I
“Petrouchka”

I
–  Te lo he dicho –comentó Svetlana con su acostumbrada efusividad al cruzar por las puertas de cristal de la boutique. Como en cualquier fin de semana por la tarde, el centro comercial se encontraba abarrotado de personas en busca de compras, y también de aquellas otras que tomaban de sus pasillos y espacios abiertos el pretexto perfecto para sencillamente pasear.

– Venga Sveta, ¿y qué deseareis le respondiere? Mirad que atónita me ha dejado –respondí sin dejar de caminar por entre los pocos y bien acomodados anaqueles con los que la tienda contaba- Mirad que venid a preguntádmelo así sin más…

– Pues más vale que te acostumbres, “esas de ahí” –señaló con un dedo hacia mi pecho- te van a seguir creciendo. Y mira que ya bien desarrolladitas las tienes, venga, que copa C no eres, pero ya dejaste la “doble A”

– Lo sé, soy la primera en darse cuenta, ¿qué creéis hacemos aquí? Me urge un sostén.

– ¿Y para un sostén teníamos que venir a una boutique cara? lo puedes comprar hasta en el supermercado.

– No es lo mismo. Quiero que el primer sostén que elija sea uno lindo y fino…, sexy –comenté entre sonrisas deteniéndome para miradle a la cara- femeninamente sexy; y unas pantys que combinen, o el coordinado completo…, y unas medias…, y liguero…

– Lindo, sí –interrumpió- ¿pero no crees qué es un “poco raro” –entrecomilló con sus manos- que un par de chicas de nuestra edad estén comprando lencería sexy?

– Sí –interpelé al reanudar el camino entre los anaqueles, deteniéndonos espontáneamente en algunos de ellos para examinar  las prendas que pendían de sus ganchos- pero vos tenéis una madre que os compra los sostenes y las pantys. La mía jamás lo haría; y venga chica, mejor así.

– ¿Segura que es mejor así? –preguntó al tomar un sostén de uno de los ganchos para miradle detenidamente- ¿no hay algo de rencor y culpa en ese “mejor así”?

– Pudiere, no lo sé ni quiero pensadle. Algo se sospecha, ha estado escudriñando en mi habitación, pero lo que ella no sabe es que ahí no guardo nada.

– Deberías decírselo, de todas maneras, cuando te crezcan más se va a enterar.

– Eso no me preocupa, ya me las ha visto; que desde los trece me han florecido mujer, ¿creéis vos no fueren del todo naturales? Mirad que hasta al médico me ha llevado para que les quite pero yo me he rehusado. Si lo que ella sospecha es qué me esté metiendo alguna pasta, no sé, a lo mejor espera encontrar yerba regada por ahí mientras la habitación revisa cuando no estoy; de lo otro estoy segura lo sabe, o al menos lo intuye. Vos, que sois católica como mi madre, sabéis que si me han crecido hasta éste tamaño no ha sido por gracia del Espíritu Santo.

– Está bien claro que el Espíritu Santo no tiene nada que ver en el asunto –respondió mientras seguía seleccionando la lencería que yo casi había olvidado- solo hay que ver las facciones de tu cara para darse cuenta, aún con los vaqueros aguados y la camisa puesta a leguas de distancia se te nota… ¿te la vas a probar?

– ¿Que si me voy a probar qué Svetlana? –pregunté atónita.

-La ropa. O qué ¿no venimos a comprar lencería para ti? –respondió mientras me extendía sus manos con las prendas que había estado recolectando mientras charlábamos- total, la mía me la compra mi madre, ¿o no?

– Chica, ¿qué estáis haciendo? No seáis tan evidente –respondí mientras discretamente alejaba sus manos con la lencería de las mías- Anda chica, que no he querido decidle de esa forma, bien lo sabéis, y porfis, porfis, porfis, sed más prudente que la dependienta nos está mirando.

– Ya, vale, si ya le imaginaba. Sería mucha belleza que te atrevieras. Pero mira que si… -aguardó un par de segundo para encontrar las palabras sutiles antes de continuar- pero mira que si eres pendeja…,  esa es la palabra adecuada, pendeja. Ya tienes casi un año con esto y aún te sigues escondiendo, ¿pero crees tú que la gente es estúpida para no darse cuenta?

– Porfis Svetlana, no empecéis, ¿vale? –refunfuñé entre susurros- Aún no me siento lista para eso, no aquí, mi padre me mataría si le hiciere. Venga, que primero moriría y después me mataría.

– y qué harás entonces.

– Mirad, ya poquillo falta para que nos vayamos a la facultad. Allá nadie me conoce y vale creo fuere lo más apropiado.

– Ok., pero me refiero a la ropa, ¿te la vas a medir o te arriesgas a llevarla sin probártela?

– ¿Habéis tomado las medias?

– Las medias, claro –respondió en tono exhausto- pues no, no las incluyo. ¿Qué diferencia tiene que te dejes de esconder aquí o allá? –interpeló mientras nos dirigíamos al anaquel que mostraba las medias y pantimedias- Tarde o temprano vas a tener que dejarte de esconder.

– Pero no aquí –respondí señalando discretamente un paquetillo al llegar al anaquel- satinadas, porfis, me gusta que destellen un poquillo.

– Venga, satinadas –respondió mientras seleccionaba el paquetillo con la talla adecuada-  No sé a qué diablos le tienes tanto miedo. ¡Chica, si tu abuela te lo acaba de decir! ¿No es lo que platicábamos cuando entramos a la boutique?

– Sí, sí, sí Sveta, y por eso no supe que respondedle, ¿creéis me es fácil el escondedme, encerradme en la habitación para sentidme yo misma al menos por un par de horas? Pues no, sabed que no le es. Envidio a cada chica que observo en el cole, envidio que ellas puedan ataviarse de la forma en que les plazca y que nadie les diga ni una zeta, y miradme, yo ni siquiera puedo compradme por mi misma un sostén.

– Pues porque no quieres, que si te decidieras podrías llevarte toda la tienda. Y por cierto, gracias por envidiarme.

– Venga Sveta, sabéis por vos no le decía. Tomad el dinero y pagad, yo os espero afuerita, sentada ahí en la banquilla, ¿vale?

– Sí, claro, Sveta copa “B” se compra sostenes copa “A”, pantys talla small que no me subirían por las caderas talla “medium”  y medias y liguero que me cabrían en una sola pierna. Venga pues, segurita estoy la dependienta ni cuenta se dará, sobre todo después de ver tú tamañito comparado contra el mío: ¿No quieres que me lleve también alguna falda talla 4…, o eres 3?

– No refunfuñéis Sveta, que vos sois linda y de buen cuerpo. Venga, que he de esperaos afuera, ¿vale?

 

II
– ¿Os soy atractiva? –pregunté al sentadme en el sofá que frente a él se encontraba. Me había ataviado con una falda corta y ajustada color rojo para esa tarde en especial. El rojo me gustaba y creo me sentare bien, al igual que las medias que a mis piernas se ceñían, dejando que observare mis muslos que la falda comprimían al cruzar las piernas y ocultar la realidad de una verdad que no fuere- Vos me lo sois…

– ¿Por qué sigues viniendo? –preguntó fijando su atención a mi rostro

– ¿Por qué habría de dejar de hacedle?  Me es cómodo y me sienta bien –contesté mientras me incorporaba del asiento prolongando el silencio que entre ambos surgiere al caminaba por los espacios de su oficina, deteniéndome esporádicamente para examinar los pequeños detalles que le decoraren-, si lo deseáis, buscaré a alguien más para consultar… ¿Sabéis? Mi padre era de esas personas que creía que el trabajo fomentaba la responsabilidad, solía decir que sólo valoráis aquello que os cuesta el adquirir. Un verano me llevó a trabajar a la tienda. Yo ninguna experiencia tenía en ello, poco a mí importaba si las tubas se vendían o si las cuerdas eran para violín o guitarra, pero para mi padre importante era el que aprendiese el negocio familiar. Muy temprano de mañana él abría la tienda, se fumaba un par de cigarrillos realizando las cuentas de la venta del día anterior, me entregaba las llaves de las puertas del negocio y me instruía en lo que debiere hacerse por el resto del día, para después, desaparecer del negocio,… Había una dependienta que nos ayudaba: Petrouchka –continué relatando mientras él permanecía sentado y yo le daba la espalda escudriñando en su librero sin buscar tomo específico. Me quité la chaqueta que llevaba; junto con la falda, me había ataviado con una blusa de seda sin cuello ni mangas y de tirantes muy delgados, tan sólo unos hilillos que de mis hombros pendían, dejando desnudos los hombros, parte de mi espalda y por arriba del nacimiento de los senos- Era una mujer muy atractiva –continué después de hacer una breve pausa- de pelo obscuro y rizado que había dejado crecer con cuidadoso esmero; de facciones claramente marcadas y profundos ojos negros, de cuerpo pequeño y angosto que hacía a sus senos sobresaltar de esas perfectas líneas femeninas que se achicaban en su cintura y abdomen para explayarse en sus caderas y glúteos firmes,… Los chicos solían entrar a la tienda en busca de cualquier instrumento que sabían no comprarían solamente para miradle mientras que yo podía hacedle por todo el día. Me gustaba su pelo, me atraía, solía pensar que se enmarañaría en formas amorfas sobre la almohada de la cama al hacerle gemir, desbocando su rostro en continuos movimientos ávidos de un grito que sus gimoteos de gozo y placer opacaren mientras mis manos la sujetaren por la cintura y sus redondeados glúteos firmes que aferrare entre mis dedos, saciando mi boca de sus pezones que, rígidos, enhestaren entre mis labios amamantando mi sed de la suya,… Petrouchka estaría iniciando sus veintes y yo en mis catorce o quince…  Hubo algo que inicialmente “nos conectó” y que con los días que transcurrieron incrementamos en sutiles juegos de contacto sexual que ninguna de las dos rehuíamos, dándonos la mutua confianza en poderles seguir jugando e incrementando. –callé por unos instantes nuevamente a la espera de su reacción más ésta no se presentó, por lo que continué deambulando a su derredor para continuar con el relato- Había estanterías altas que ninguna de las dos alcanzábamos en sus extremos por lo que utilizábamos una escalerilla para acceder a los apartados más altos de los exhibidores; cuando Petrouchka trepaba por la escalerilla, yo solía sujetadle por la cintura pretextando ayudadle a mantener el equilibrio, más invariablemente mis manos se deslizaban por entre sus glúteos y muslos; cuando le hacía, ella no objetaba en forma alguna y por el contrario, percibía sus leves movimientos quienes a mis dedos alentaren el seguir con su incursión, excitándome al sentir su cuerpo entre mis manos en esas insulsas caricias que ambas sabíamos resultado de vanos pretextos fueren… Solía asistir a la tienda ataviada en pantalones ajustados y blusas ceñidas, lo que sin duda hacía resaltar sus definidas líneas, más un día de ése verano se presentó con falda y blusa strapless, sin medias ni accesorio alguno que no fueren esos pendientes de aro. Su busto no era en extremo grande, más al igual que el resto de su cuerpo, eran juvenilmente firmes. Recuerdo que busqué un pretexto estúpido para comentadle que su busto, mientras caminaba, no “saltaba tanto sin sostén”, a lo que ella respondió que sí le llevaba pero que era strapless y que le sostenía bastante bien. Fingiendo ser incauta le dije que los sostenes de tirantes le sostendrían mejor; ella se acercó y me dijo “el strapless sostiene bastante bien, tócalas y compruébalo”; ése día fue el primero que le palpé el busto directamente…

– ¿Te agradó hacerlo? –me preguntó impasible desde su sofá

– Sí, me agradó –respondí  al paradme frente a él y miradle fijamente- sentir sus senos entre mis manos apartados del tacto por su blusa y el sostén me hicieron desear introducir mis dedos por entre la tela que nuestros contactos separaban para acariciadles y, con mis manos, a ellos aferradme,… me conformé con sólo tomadles por debajo y suavemente aplastadles, rodeándoles para deslizar mis manos por entre sus curvaturas que en medio de su pecho se unían…

-¿Te sigue excitando recordarlo? –preguntó nuevamente impávido

-¿Y a vos, os excita escuchadme relatadle? –contesté mientras nuevamente me sentaba en el sofá que frente a él se encontraba, relajando mi cuerpo en el mullido acojinado para yacer casi acostada sobre mi propia espalda- … Sí, me excita recordadle, ¡por Allah, que en verdad estaba riquísima la chica!… perdonad, he de decir “apetecible”, del tipo de chica que de sólo mirar su cuerpo deseáis penetradle sin temor alguno en asumir el riesgo que ello pudiere provocar,… Me encantaba su cintura frágil y definida, casi podríais rodeadle por completo con ambas manos; su vientre plano y terso era la delicia que mi lengua ansiaba lamer, perdiéndome arrodillada entre su ombligo mientras ella, con sus manos, acariciare mi pelo,… en los días posteriores los vagos pretextos les fuimos remplazando por contactos directos y esporádicos, inclusive algunos más sorpresivos que otros. No era ella quien siempre por la escalera trepare, algunas veces yo le hacía y ella era quien a mí sujetare, acariciándome entonces en la misma forma en que yo con ella le hiciere. En una ocasión, al cerrar la tienda y reacomodar los exhibidores, cuando estaba en uno de los peldaños de la escalera ella se acercó y me azotó con la palma de su mano firmemente en los glúteos; al sentir el leve ardor que me produjo le miré a su rostro inexpresivo desde arriba de la escalerilla, ella mantenía su mano en mi trasero mientras que con la otra empezó a expurgar entre mi entrepierna, azotándome firmemente en un par de ocasiones más cuando ejercía presión sobre mi sexo, frotándole por momentos con frenética cadencia, mientras que en otros le hiciere con parsimonia lentitud,… un último azote me proporcionó antes de sentirme totalmente humedecida para quedadme ahí parada, trepada en uno de los peldaños de la escalerilla mientras Petrouchka de mí se alejaba, fijando su interés en alguna vana y estúpida tarea intrascendente.

– ¿Eso te enfadó? El que te dejara y fijara su atención en algo intrascendente ¿te molestó?

– Si en éste instante me acercare a vos, arrodillándome en medio de vuestras piernas para descender la cremallera de vuestro pantalón, tomando vuestro pene entre mis manos, frotándole con mis labios, lamiéndole para engullidle con mi boca hasta hacedle explosionad en el vórtice del flujo amargo que a mi paladar vuestra eyaculación llenare, ¿os sentiríais humillantemente utilizado? No, no os sentiríais así, pues no habréis hecho nada por detenedme, ni tan siquiera el más mínimo intento por alejadme, aceptando el placer que os produciría sin habedle solicitado. De igual forma tendríais que aceptar el placer que en mí causaría el de vos saciadme… ¿Debiere habedme enfadado con Petrouchka por ambas, en formas distintas, saciadnos una a la otra?… Me agradó que lo hiciera, sentidme un tanto indefensa entre sus azotes y el arrojo de su atrevimiento con mi sexo me produjo una nueva sensación que hasta entonces desconocida me era, y la cual, en sumisa actitud, disfruté dejándome saciar en la saciedad de su propio deseo que en mí supo perfectamente convertir, confundiendo al deseo con la carnal lujuria que en mí despertare, deseando ahora el yo, en igualdad, un día a ella pudiere producírselo; tomadle indefensa y azotadle sus glúteos mientras que con mi lengua su vagina humedeciere, jugueteando entre mis labios con su clítoris, succionándole en arrojo y paciencia, incrustando mis dedos entre sus nalgas para marcadles en enrojecidos afluentes de insana concupiscencia, aletargando un orgasmo que sus senos en los pezones erectos el suplicio por alcanzar denotaren, prohibiéndole alcanzadle en el momento exacto, retirando mis caricias y tactos para que en convulsivos suspiros pidiere el que yo continuare, arremetiendo nuevamente en igualdad a la anterior una y otra vez, decenas y centenares de veces para al final, cuando así yo en saciedad le deseare, ambas en unísonos gemidos de la lujuria nuestros cuerpos hartaremos,… Siendo violinista mi padre viajaba constantemente y mi madre solía acompañadle, dejándome la casa por días enteros que disfrutaba en extremo, pues esos días me otorgaban la posibilidad de ser completa y enteramente yo misma sin la necesidad de ocultadme en la intimidad que mi habitación cerrada pudiere brindadme. En esos días disfrutaba hasta del más mínimo rincón de cualquier habitación; en algunas ocasiones deambulaba desnuda en gozo completo de mi cuerpo que adquiría las formas por mí ansiadas y las líneas por mi padre repudiadas, mientras que en otras ocasiones le hacía vestida entre encajes, sedas y satines que a mi cuerpo la imperante necesidad satisfacían… No fuere realmente una necesidad lo que a mí cada minuto me sobresaltare, fuere distinto, más allá de una simple necesidad que podéis satisfacer con millares de paliativos o satisfactores diversos, pues el vestidme o desnudadme no respondían a la necesidad misma sino a aquello que por encima de la hambruna se encuentra, carcomiéndoos en los segundos interminables cuando de ello despojada sois, arrebatándoos la vida misma, muriendo desposeída mientras los minutos lánguidos transcurren, siendo autómata de una verdad que la realidad finge ocultar u olvidar, más vos no podéis ocultadle ni menos olvidadle, pues sois esa verdad y esa realidad que, en conjunto, os conforman,… Tiempo después de lo sucedido en la escalerilla mi padre me comentó que saldrían de la ciudad varios días, por lo que me quedaría a cargo de la tienda y la casa, oportunidad ideal para invitar a Petrouchka a comer un día del fin de semana en casa. Podríamos cerrar ese sábado y el domingo la tienda permanecía cerrada, pensando que el fin de semana podríamos pasadle juntas alejadas del probable voyerismo que la tienda pudiere a nuestros contactos reprimir, deseando con ello el exploradnos abiertamente en nuestras sexualidades que en ocasiones, por la visita de los clientes y el temor a que alguno a la tienda ingresare ya mucho habíamos cohibido. Ella aceptó, no sin antes condicionadme:
– Si tú vas a cocinar no estoy tan segura –respondió burlonamente a la invitación mientras desembalaba las cañas de saxofón que recibiéremos ese día.

– Vale, acepto que en la cocina soy un desastre –mencioné a su lado mientras le ayudaba con las cañas para ponerles en el exhibidor- Puedo pasar por algún restaurantillo y pedir algo rico para llevarle a casa. ¿Qué se te antoja?

– Comida Japonesa –contestó dejando los paquetillos en la caja para miradme fijamente- Comida Japonesa estaría perfecto.

– Vale entonces, comida Japonesa será –respondí asumiendo que ella había aceptado.

– No te he dicho que sí –argumentó desafiante- No follo con putos –continuó, lo que hizo que un frío recorriese mi cuerpo completo quedándome estupefacta. Si bien me esforzaba en aparentar no hubiere pensado que ella fuere tan directa, derrumbando en una fracción de segundo lo que había creído construir con el paso del tiempo- o qué, no me digas que no estás pensando en follar, que para comer nos basta con ir a cualquier lugar.

– No, no, es que yo… -respondí temerosa, víctima de la falta de palabras ante su improvista embestida. Petrouchka se acercó a mí para tomar mi entrepierna con su mano, ejerciendo una presión moderada mientras le cerraba.

– El que tengas esta pollita no te hace lo que no eres –susurró tan cerca de mí que podía sentir su cálido aliento esparcirse sobre mi rostro- Si quieres que follemos, follamos, pero tienes que dejar de aparentar lo que no eres. Me encantan tus tetas –prosiguió mirando hacia mi pecho- sí chico, tus tetas, mira que te esfuerzas en ocultarlas pero bien que te las he notado. Me dan morbo: chico femenino con tetas y polla, mira que si eso no es morbo yo no sé qué es entonces. Me gustan las chicas –prosiguió después de una breve pausa- y creo que tú eres toda una chica, aunque no quieres aceptarlo,… ¿o quizás sí? –aguardó por unos segundos por mi respuesta, la cual no logré expresar en ese preciso instante- Quiero que estés realmente femenina, linda para mí, que tus pechos sean el orgullo que por debajo de la camisa encierras -me dijo, prometiéndome llevar una “sorpresa” que a ambas nos gustaría. Yo, igualmente que ella, acepté su condición.

 

III
– ¿Me ayudaréis a maquilladme? –pregunté al levantadme de la banquilla- quisiera lucir bonita cuando llegue.

– Te ayudaré “a que te veas bonita” –respondió con cierto enfado y denostada monotonía en sus palabras- pasamos antes a la casa por los cosméticos, venga, no hay problema… Cosméticos, lencería, ¿no olvidas algo para la noche? –comentó mientras caminábamos por el pasillo del centro comercial-

– Pues no, no se me ocurre algo más –respondí mientras tomaba de sus manos la bolsa de la compra.

– Venga, supongo entonces que le abrirás la puerta vestida con el brasier de encaje y varilla, las pantys, el liguero y las medias; así solita, descalza y sin vestido, listas para follar como locas operadas del cerebro; ¿y la cena? bien gracias, que se la coman los ratones, que ustedes muy ocupaditas folle y folle. Pero chica, mira que falta de romanticismo tienes.

– Pues idea mala no le es –respondí entre sonrisillas- pero vale, que razón en ello tenéis. Sveta…

– Sí, sí, ya lo sé, la babosa de Sveta va a comprar un vestido talla,… ¿treinta y tantos? y ¿zapatillas de qué medida?, diga usted, qué estoy para servirla.

– Venga Sveta, porfis, no empecéis, ahora no, porfis.

– Pues chica, que en verdad ya empiezas a enfadarme, tan fácil que sería te dejaras de pendejadas y empezaras a comprarte tus propias cositas… oye, por cierto, ¿tu papá no quiere otra dependienta en la tienda?, mira que por pagarme lo que te paga me pasaría hasta doce horas frente al mostrador.

– No, estamos muy bien las dos solitas, con nosotras basta para atendedle.

– Para atenderse ustedes mismas, querrás decir –respondió al detenerse frente a un escaparate de una de las varias tiendas que existían en el centro comercial- Ese vestido es lindo, muy veraniego, pero lindo.

– Sí, pero es halter –respondí-

– ¿Y? no te gusta lucir la espalda.

– Me encantaría, pero el sostén que compramos,… vale, que me compraste es de tirantes a los hombros y no al cuello.

– Buen punto,… ¿y ese otro, es lindo, no?

– Sí, me gusta, entalladito arriba y con vuelo en la falda.

– Vale, dadme el dinero y le compro, y de pasadita compro las zapatillas también –comentó mientras me recorría con su mirada – supongo no te los medirás, así que vale, serás un 32 en vestido y 34 en zapatillas, aunque sinceramente creo seas de tallas menores, vale, que será mejor escoger la talla conforme seleccione. Tu sentadita allá, que no tardo.

Tomé la bolsa con la compra anterior y me senté sobre una barda pequeña que delimitaba un espacio abierto en donde existían mesas y sillas para comer o tomar alguna bebida. A medida que el tiempo transcurría desde nuestro arribo al centro comercial, una especie de aterrante impaciencia me había estado colmando, haciéndole en mayor medida en cada ocasión que seleccionaremos los artículos que compraríamos. Existía tiempo suficiente antes de la cita, pues habíamos fijado el cenar y no comer; me había ilusionado el que ella prefiriere una hora nocturna a una de tarde, pues las citas nocturnas siempre ofrecen una perspectiva distinta, quizás por el arropo de las sombras que en la obscuridad se pierden, o por la sensualidad que la luz lánguida de una única lámpara en el rincón encendida ofrece a las huéspedes que, en un sofá mullido sentadas, aguardan a que sus charlas acalladas de caricias que por sus cuerpos resbalan en amantes les conviertan.

– Sveta, mirad que en verdad nerviosa estoy –comenté cuando ella regresó con una nueva bolsa entre sus manos- ¿Y si no resulta como imagino? ¡Ains chica!, que estoy hecha un mar de nervios, mirad que aún no termino en salir del armario y ya esqueletos dentro de él encierro,… debiere quedadme ahí mismita encerrada, con todos y mis esqueletos.

– Tranquilita, que si las cosas no resultan como esperas será porque no lo quieres –respondió mirándome a la cara mientras caminábamos al final del pasillo para salir por una de las puertas del centro comercial hacia el estacionamiento- Desde hace años que deberías haber dejado ese armario, y venga, que la virginidad no la vas a perder,… esa con Grisha ya la perdiste.

– Sí, ya lo sé chica –contesté mientras subíamos a su auto- pero no es lo mismo; aquella vez sucedió así, sin buscadle ni planeadle. Además, Grigori es un chico y Petrouchka es una chica, lo que hace muy, muy diferentes las cosas,… y viereis que ambos tienen cosas muy diferentes –continué con una sádica sonrisa- diferentes en muchos sentidos,… Petrouchka tiene un trasero encantador y unas tetas de miedo…

– No necesitas decírmelo, la conozco y la muy desgraciada tiene un cuerpazo de envidia –arrebató al encender el auto- Vale, vayamos a casa por las cosas para arreglarte,… ¿Lo hacemos en la tuya o en la mía?

– ¿Vuestros padres están en casa?

– ¿Qué hora es? –preguntó para sí misma mientras observare el reloj de pulsera- si no lo están, no creo que tarden en llegar.

– Venga, entonces mejor en la mía.

– Vale, y tu tranquilita, que si te pones de nervios quedarás hecha una sopa.

 

IV
– Perdonad, sé que llego tarde –me disculpé al ingresar en su oficina- la lluvia parece tormenta y las calles se han convertido en ríos. Si te es ya muy tarde, puedo regresar mañana si lo deseáis.

– Hay tiempo –contestó mientras me ayudaba a despojadme de la gabardina- no espero a nadie más; siempre te pongo al final de la lista para contar con el tiempo suficiente, no te preocupes.

– Pues sí chico, pero mirad que casi una hora de atraso me apena os tengáis que esperar por mí, y vuestra asistente querrá iros ya a casa.

– Tampoco te preocupes por ella, en cuanto entras a la oficina, guarda sus cosas y se marcha, siempre lo ha hecho así.

– Ya, vale entonces –comenté mientras deambulaba por entre los muebles y el decorado como solía hacedle cuando estaba en su oficina; él había tomado lugar en el sofá de siempre con la calma y paciencia aparente que le caracterizaba- No había notado que tuviereis un IPod, he deseado compradme uno pero indecisa aún estoy.

– No lo tenía antes –respondió al levantarse del asiento y acercarse para observadle juntos- me gusta escuchar música mientras estudio entre cita y cita, o si alguien cancela. Compré también estos altoparlantes –enchufó el IPod a ellos y lo encendió- son pequeñitos y se escucha realmente bien.

– ¡Rachmaninov! –comenté con admiración. No hubiere pensado que el escuchare ese tipo de música. Presuponía que sería más del tipo de heavy metal o hard rock, su apariencia desalineada me había hecho crear falsas conjeturas- no le quitéis porfis, es lindo escuchadle.

– Si te sientes cómoda escuchándolo podemos dejarlo –respondió al girar y recargar su trasero en el filillo del escritorio, acomodando sus brazos extendidos para posar las manos sobre la madera y miradme de frente; sólo algunos centímetros separaban nuestros rostros, pudiendo sentirnos mutuamente cuando ambos respirábamos.

– Es linda la obra de Rachmaninov, llena de colores bellos,… como vuestros ojos –insinué al retiradme de su cercanía para sentadme en su sofá- melancólica quizás, al menos éste movimiento de la obra así me lo parece,… crecí escuchándole y leyendo a Pushkin, que venga, aún no acaba de gustadme. Sacrílega por ello a los puristas sin duda soy…

– No sólo eres sacrílega a los puristas –interpeló desde el lugar que había tomado- sabes que eres sacrílega para muchos por lo que eres.

– ¿Y qué soy yo, sino el resultado de su propia intolerancia, víctima de la absurda ignorancia que no desean de sus ojos ciegos desterrar? –interpelé al acomodadme en el sofá para cruzar las piernas- soy para ellos lo que de mí deseen observar, ello cambiadle no puedo.

– ¿Y lo aceptas, aceptas que te vean como lo que no eres?

– Expuesto así me hacéis sentir más cual objeto alguno que como persona; no me gusta eso de “lo que eres”, siento que denostáis al pronunciadle.

– ¿Humillación quizás?  -interpeló nuevamente.

– Denostación –interpelé mientras sujetare mis piernas entre las manos- La humillación agradable puede llegar a ser si sabéis producidle a quien deseosa por ella se encuentre; la denostación calumnia y censura… Mi padre me zahería, pero Petrouchka denostaba la humillación misma que la zahería de mi padre a mí pudiere producir.

– Qué sucedió aquella noche que Petrouchka cenó en tu casa –interrogó desafiante.

– Petrouchka –exclamé casi como un suspiro mientras me incorporaba del asiento, acercándome hacia él con paso lento y decidido; los tacones de las botas producían su característico sonido al posarse sobre el piso de duela, chasqueando a cada paso cuando me acercaba a su lado. Ese día, por el clima húmedo que se había mantenido por un par de días había asistido con unos vaqueros estrechos, unas botas de tubo alto por afuera de los vaqueros y una blusa de seda blanca con botonadura al frente que había cerrado hasta la parte media de los senos- Petrouchka no fue puntual a la cita, dilatando su llegada a sabiendas que hacedle, haría en mí mayor la excitación de una posibilidad que creía pudiere extinguirse. Es curioso cómo podéis excitaos al grado de exasperar en la intranquilidad de una expectativa; ansiáis durante el día a que la hora pactada se presente, enervando los sentidos mientras los minutos se acercan, extenuándoles al máximo de sus posibilidades sólo para daos cuenta que esa extenuación puede ser aún mayúscula al observar que los minutos posteriores a la hora fijada lentos transcurren perezoso en las manecillas de un reloj que languidece en la angustiada mirada afligida de quien aguarda, y en un instante oportuno, las manecillas de ese reloj en furia su marcha adelantan al escuchad el sonido suave y áspero que a la puerta desgarra… Fiel a la promesa condicional que a ella hiciere aquella noche le fui, no hubo sido en el amanecer ni durante el transcurso del día que apacible en recuerdos de melancolías en mí guardadas, derrochare minutos lánguidos que por los silencios de casa se esparcieren, sujetándose mudos en cada uno de los cuadros que de las paredes pendían, aferrándose a sus esquinas deseando el tiempo se detuviere para yacer agonizante sobre las carpetas que al piso de caoba cubrieren, colgando mi vida en un hilo delgado y estrecho que a la hija por el padre de muerte herida, cual sutura, al dolor sangrante cerrare; pero mi sombra crecía mientras las horas en el anochecer a la espera por ella en flagelante angustia se tornaban… Flagelante, qué poco de sus significados varios hasta entonces conocía… -mi voz acalló, el se había alejado del escritorio en donde ahora yo me recargaba; siguiendo atento el relato esperó paciente a que continuase- Cuando abrí la puerta le contemplé en improvisa mirada; me gustaba, ella sabía le deseaba y con ello contaba. Esa noche llegó enfundada en una blusa de tirantes al hombro, muy ceñida, de las que os ajusta al cuerpo y hace que el busto se muestre en su plenitud máxima, adquiriendo la tela la similitud de un pulcro lienzo que, en las pinceladas, adquiere el contorno de cada una de las curvas de los senos firmes de quien le viste, sobresaltándoles apetecibles al tacto y la mirada que no lográis apartar, sino solamente admirar por la perfección de sus crestas que en el inicio de su abdomen, un valle terso y plano en el ombligo se pierde para continuar en la cintura observándole, embelesando la vista sobre su falda, que al igual que la blusa, a sus caderas y muslos se aferrare adquiriendo de su piel los contornos que al caminar, caprichosos en su forma la texturas de una tela ceñida la rebelión por descubrir lo oculto exigieren. Sus piernas le eran maquilladas por sedas translúcidas que descendías en raudos caudales de lujuria e ignominia que, para cualquier observador, como yo con ella le hacía, desearemos la voluntad nos fuere arrebatada por su voluptuosidad –Tomé un cigarrillo de la cajetilla que sobre el escritorio se encontraba; pocas eran las ocasiones en que fumare y creo ésta fuere la primera que en su oficina le hiciere. Le encendí y aspiré el humo cálido que llenaron mis pulmones transmutándome en aires y gases al recuerdo plácido de esa noche con ella compartida- En aquellos días no sabía en realidad cocinar, mucho menos para una cena con invitados. Lo que había hecho era pedidle con anterioridad a un restaurante y solamente le calenté cuando a la mesa nos sentamos. Había adquirido una botella de Ribera del Duero, por la que pagué una pequeña fortuna y que fuimos tomando conforme la cena y la charla transcurría, y a medida que el tiempo en el espacio obscuro de una noche que en el comedor de casa se deslizaba, ambas nos contemplábamos con el goce simple de hacedle, deleitándonos de lo que nuestros ojos observaren en una y otra, deseándonos con la mirada sin consumir el momento de la contemplación plena que nuestros ávidos cuerpos, en sus sutiles e inconscientes movimientos, intentare a la otra el seducir entre millares de palabras de pasión extrema que de entre nuestros labios cerrados podíamos en sordos silencios escuchar, invitándome ella a admiradle, descubriendo entre los pliegues de su vestido los contornos que su cuerpo en descubierto mostraren y aquellos que, ocultos, imaginadles yo pudiere enmascarados por el encaje D´alencon de su sostén que desde su pecho hacia la espalda le ciñere, redondeando sus senos en medias copas que la parte superior no cubría; malicia seductora y refinada que en intención sublime, mostradles deseare tras el velo de un deseo imaginario que al descubrir el ansia de cualquier amante la satisfacción por la sexualidad ajena el encanto despertare. Permanecimos en silencio, ella mirándome, yo admirándole, imaginando sus caderas rodeadas por un liguero encampanando sus muslos y glúteos por los tirantes que de éste hacia las medias descendieren sujetándoles con firme delicadeza cual mis manos el hacedle desearen, exigiendo mi lujuria en ese instante mismo arrogantemente me atreviere para tañedle con mis manos desde los tobillos en sedas ocultas y resumir en labios míos los contornos de sus pantorrillas, perdiendo mi vista su rostro cuando en sus muslos, con mis manos, el tañido continuare, rasgueando el acampando de sus caderas que, por su entrepierna de badajo desprovista, la curvatura lisa y llana de un monte en Venus el textil que le cubriere, frágil y simple, sus crestas y valles en forma tomaren, admirándoles de ellas enajenada deseosa en descorrer su manto… Si he de describíos mi sentimiento os diría que fuere de plenitud; ahí estaba, ceñida yo de encaje que a mi cuerpo sintiere, enorgulleciéndome de mis pechos que el sostén a su redondez ayudare, percibiendo el campaneo suave de un liguero que a las medias sujetaren, tensándoles mientras caminaba para, al sentadme, entre mis caderas distendedles, ocultando mi pubertad en el vestido que a mis carnales deseos ocultaren; de sombras y brillos maquillada que a mis ojos y labios la inmadurez disimularen… En un momento, Petrouchka se incorporó de su asiento, dirigiéndose hacia donde yo sentada me encontraba; al hallarse a mi lado subió con ambas manos su ajustada falda, levantando sus piernas para unir las mías y en mis muslos sentarse, rodeando mi cintura con sus muslos en la medida que el respaldo de la silla se lo permitía, mirándome mientras yo igualmente atónita le mirare; deseé besadle, introducir mi lengua por sus labios y descubrir la cavidad húmeda de su paladar pero ella no me lo permitió. Jugaba conmigo, con mi exasperación y la excitación evidente que mi aliento entrecortado ella advirtiere, apartando mis manos y brazos hacia los extremos para que no pudiese con ellos rodeadle, depositándoles sobre sus muslos que de inmediato mis dedos aferraren percibiendo la dulce sedosidad de sus medias que no impedían que sintiere el calor de su carne entre las palmas de mis manos. Aún sobre mí sentada, alejando su rostro del mío encorvó hacia atrás su espalda, friccionando su pelvis y muslos en un cadente movimiento contra el mío, sujetando sus manos a las mías para evitar que dejare de apreciar el calor de sus piernas; su pelo rizado no se había convertido en el torbellino abrupto que en mis fantasías imaginare, y muy por el contrario, yacía hacia atrás de su nuca y espalda mientras aún con su espalda arqueada, mantenía la cadencia de ese vaivén en un juego erótico que ambas recién iniciábamos… y así, de improviso, Petrouchka se detuvo, liberando mis manos de las suyas mientras frente a mí se incorporaba, poniéndose de pie con ambas piernas separadas por las mías, invitándome con un movimiento gentil de sus manos a que de mi asiento me irguiere, lo cual hice empujando con lentitud la silla. Jugábamos con la sensualidad de nuestras propias sexualidades y ambas gustosas por hacedle continuábamos, experimentando ese juego de arrogancia y timidez, de poder y sumisión que sin percatadme continuábamos. Posé mis manos sobre sus hombros y por entre sus brazos deslicé los tirantes de la blusa; no deseaba del todo desnudadle, el instante me lo impedía, observar su sensualidad oculta era el motivo que ahora a mí guiare deseando extasiadme de su cuerpo en intimidades ceñido, satisfaciéndome de mi mórbida imaginación que en la mesa del comedor, mientras ambas reíamos, a mi mente asaltare. Satisfaciendo a plenitud la lujuriosa imaginación mía fui descubriendo, tras su blusa que por su cuerpo erguido deslizaba, unos firmes y blancuzcos senos cubiertos por un encaje D´alencon que en media copa les sostenían y sujetaban por un ancho brasier de tirantes que por los hombros subieren, descendiendo éstos por su espalda tersa para unirse de nuevo a la continuidad de la frígida y candente textura de la tela, conteniendo mi deseo impetuoso de desabrochadle para liberar la bella frondosidad de sus pechos. Deslizando la blusa por su vientre descubrí esas pequeñas imperfecciones de lunares y pecas esparcidas que hacen de la imperfección a la belleza irrefutable, convirtiéndole en sensualidad pura. Deslizar la blusa y la falda por entre sus caderas un reto me parecía; la tela agazapada se resistía a mostrar el resto de Petrouchka, más ambas, ella en movimientos y yo en cuclillas, conseguimos descenderlas hacia el piso dejándole al descubierto rodeada en sus caderas por el liguero que, en juego al encaje de su sostén y al coordinado a su bikini, me mostraren igualmente las medias tensas que a los tirantes del liguero se sujetaban, envolviéndome yo entre sus piernas en un acto reflejo instintivo observándole desde sus pantorrillas mientras que con mis manos recorriese el trayecto de sus piernas a su abdomen, acariciándole milimétricamente y sin prisa exuberante que pudiere hacer perder el placer de en intimidad hurgadle y observadle, irguiéndome con la misma mesura que mis manos le hubieron explorado y acariciado, con mi vista transitándole y con ella acariciando sin palpar lo que su ropa aún ocultare para, ya de nuevo, cara a cara mostrarnos, tomando su rostro entre mis manos para besadle con un roce de labios simples que nuestros bocas, ávidas de permanecer unidas, hicieren del roce un pequeño pegamento que prolongare en infinitesimal el contacto, siendo Petrouchka quien le rompiere separando sus labios de los míos para en mi cuello, con ellos y con su lengua comedme mordisqueando en pequeños bocados su contorno, buscando el lóbulo de la oreja para engullidle completa mientras sus manos me recorrían desde mi espalda a los glúteos, repitiendo el recorrido mientras yo a sus nalgas y cintura igualmente me aferrare. Ella introdujo sus manos por debajo de mi vestido para subidle y de él despojadme, arrojándole con descuido al piso mientras de mí, en el cuello y la parte alta del pecho continuaba alimentándose. Supliqué que continuare y ella así lo hizo, saciando su hambre entre mis senos, engullendo mi abdomen para en la pelvis y entrepierna encontrar el maná de un desierto que a su boca satisficiere, descorriendo hacia un extremo las pantys y hurgando con sus manos entre la comisura de mis glúteos en búsqueda del ano que con sus dedos profundo traspasare, agazapándose arrodillada a mi sexo que lamía y succionaba, tragándole ávida con sus labios y lengua mientras yo, en contracciones de mi abdomen que su penetración anal y sexo oral me producían intentare al orgasmo retardar. No necesité hacedle, Petrouchka dejó de engullidme para distanciarse y observadme en la excitación plena de la que me había dejado; yo le observé ataviada con su pulcra intimidad que el sostén, las pantys, el liguero y las medias le otorgaban el desafiante dominio de ése juego de absoluto poder sexual que os otorga el saber a plenitud que sois el Ama del contexto que habéis creado. En alguna forma lo comprendí, y sin que ella así me lo ordenare, descendí las manos hacia mi sexo para masturbarme y que ella, sin temor por ello a ser subyugadas, de mi propia satisfacción se satisficiere.

 

V
– Por Dios chica, finalmente respondes al teléfono; pasé por la tienda y estaba cerrada, mira que ya es jueves y no había sabido nada de ti. Me estabas preocupando, pensé que algo te había sucedido; no te hablé el domingo para no interrumpir, me imagino que Petrouchka habrá pasado la noche contigo, pero vale, de domingo a jueves ya son muchos días…

– Porfis, porfis, porfis, perdonad Sveta –contesté agitada desde el otro lado del auricular- chica, necesito veos de inmediato, ¿podéis venid a casa y quedaos a dormir hoy?

– No veo mucho problema, no sería la primera vez que me quedara a dormir en tu casa; de todas maneras, por las dudas, le diré a mamá que prepararemos la aplicación para la universidad. Pero venga, cuéntame qué pasó, ¿cómo ha estado la cena?

– Cuando lleguéis a casa, ¿podéis hacedle ahora?

– Vale, le digo a mamá de una vez, preparo mis cosas y me voy, llego como en una hora, hora y media máximo; ¿estás bien? Te noto algo agitada.

– Sí, sí, estoy bien. Os espero entonces, beso Sveta. –argumenté antes de colgar el auricular.

 

VI
– La lluvia se ha hecho una tormenta –comenté mientras observaba por la ventana de su oficina; abajo, las gotas de agua encharcaban en gran medida las calles inundadas y los pocos autos que circulaban paraban su marcha ante la imposibilidad de continuar- esto no cesará por un buen ratico.

– No hay prisa, te digo no espero a nadie más, y si así fuera, seguramente ya habría recibido el telefonema para cancelar la cita –argumentó al caminar hacia la ventana en donde yo me encontraba para mirar también por ella- ¿Te apetece un café?

– Me vendría bien.

– ¿Desde cuándo conocías a Svetlana? –preguntó mientras vertía el café en la maquinilla para posteriormente encendedla.

– Un par de años, le conocí en el cole –respondí al sentadme en la silla que él ocupaba detrás de su escritorio de madera. Me agradaba el lugar, en los atardeceres se obscurecía con esa penumbra que no termina por ocultar del todo los detalles que le adornaban, en donde la madera de color obscuro y rojiza predominante sobresaltaba de los sofás individuales rojos que ocuparemos en cada sesión- Si contáis con escocés…

– Debo de tener algo por ahí, ¿lo prefieres al café?

– Si no os molesta, le preferiría – resumí al tiempo que él le buscaba en una de las gavetas del librero que había sido habilitada para guardar diferentes tipos de licores.

– En lo absoluto, el clima está para ello,… también te acompañaré con un trago.

– Mi padre era de familia acomodada, afortunadamente nunca nos faltó nada, pudiendo tener una vida desahogada sin grandes opulencias que no fuere la casa que habitáremos –comenté mientras él me entregaba un vaso corto con una generosa porción de escocés- … muy Victoriana, con un amplio pórtico en la entrada y un extenso recibidor. ¿Sabéis?, vuestra oficina me le recuerda, la madera rojiza también le amueblaba y éste ambiente cómodo y confortable de un anochecer que inicia solía llenadle cada día; os faltaría solamente que al mirar por la ventana descubriere el jardín para sentidme que en la biblioteca de casa me encuentro…  Después de mi solitario orgasmo y la humedad que entre mis manos quedara, Petrouchka me contempló plácida, sentada en una de las sillas del comedor en donde habíamos cenado; yo estaba parada frente a ella, a algunos metros de distancia, extasiada y satisfecha, llena de sexual gozo, complacida de mi feminidad que lascivamente explotare, envuelta en un ropaje sensual que a ella, y a mí he de confesaos, mucho nos complacía; me había arreglado exclusivamente para alguien a quien deseaba agradar y no, como muchas veces anteriores le hiciere, para a mí misma satisfacer. Esa noche distinto le era, deseaba me contemplare en mi feminidad plena y así ella le hacía; quería en ella despertar la lujuria de una mirada que entre mi cuerpo se incrustare, escudriñándome en cada parte de mi cuerpo que anhelaba fuere a ella sensualmente atractivo, pretendía que posare sus ojos sobre mis senos y descubriere en ellos los pezones que, entre el encaje del sostén, se erguían a la espera de sus húmedos labios; que su mirada descendiere por entre mi abdomen y cintura, que descubriese en el liguero que a mi cintura se ceñía la ansiedad de unas estrechas caderas, que descorriere entre mis glúteos el sátiro tacto de su profano deseo, intoxicando cada uno de mis sentidos en el camino que sus dedos en mi cuerpo recorrieren, dejándome conducir por entre ése narcotizado elíxir que a mis venas la sangre sustituía, enmallándome entre sus secas y húmedas caricias, unas por sus dedos producidas que a mi piel en riachuelos sus marcas dejaren, y las otras que por su lengua a mí cuerpo de su explícita lujuria paladearen. No hacíamos amor, éste inventado ya había sido y en nosotras el reinventadle no correspondía, sin existidle, libidinosas éramos, pecaminosas en el sexo puro y llano que impúdicas, la satisfacción solamente suplicaremos, alternando roles que a mentes nuestras, en su ebriedad, el placer en la otra el propio aquietáremos… Fue ella quien primeramente me pidió le atare, cegando sus ojos con el lienzo que me ordenare con antelación buscare, convirtiéndome en una Mistress sumisa que a su Ama sin pormenores obedeciere; le até a la silla, sentada ella de frente hacia el respaldo, con sus piernas distendidas que en sus tobillos, a las patas de la silla en obediencia también sujeté, y cual experta en la delicia de una malsana mesura, por minutos de evos eternos a su espalda impasible aguardé, observándole en su contorno terso que la piel de su dorso me ofreciere, jadeante ella, abrupta de la ceguera en espera del delirio que yo, en sus súplicas por realizadles, por el deleite aguardare; le observaba atada, indefensa y dispuesta, ávida a complacerse del placer que yo a ella conferir pudiere. Sin tocadle la espalda su sostén desabroché, dejando al descubierto la pulcritud de una piel que, cual durazno maduro, invitare a mis dientes mordisquear, engolosinándome en el paladar con un ansioso jugo que, entre quejidos de gozo, Petrouchka al su espalda morder ella emitiere, sujetando sus senos entre mis manos, aferrando a ellos mis dedos, pellizcando sus pezones mientras mi lengua, desde sus glúteos al cuello mordisqueándole le recorría, palpando su abdomen plano para en su vagina, introducidme furtiva con la exploración de unas manos que cual ejercito a la conquista con arrojo marcharen, y con mi boca a su cuello anclada, producidle el orgasmo que en su momento le prohibiere, dejándole en su cuerpo convulsivo abrupta y jadeante, con sus puños cerrados que atados al descanso de la silla atados se encontraban para a su espalda con un cintillo azotadle, encorvando ella su dorso bello que en arqueo a la flagelación en Ama de su esclava sumisa aceptare; fustigándole con la concupiscencia que hacedle me producía, de su plácido dolor orgásmico que en cada azote entre gemidos su excitación yo produjere, deseando yo a mi espalda desesperadamente sentidle, enhestando los pezones que el hastío por la excitación sulfuraran, duros y rectos a la espera de los dientes que el mordedles en cada azote a ellos su boca de mis senos amamantaren, implorando el éxtasis de mis manos que a su cuerpo indefenso recorriere, adentrándome entre sus glúteos a la espera de su ano encontrar, para con mis dedos, traspasar el malsano abismo que en mí misma, con anterioridad, ella con los suyos penetrare… Me detuve, dejando de azotadle mientras exhausta jadeaba, convulsionando su abdomen en infinitesimales movimientos que a la espera de un orgasmo aguardaban; me acerqué a su oído y le mordisqué, engulléndole entre mi boca para descender mis manos por entre su pecho y abdomen buscando la vagina para frotadle, haciéndole mientras mis dedos le penetraban y yo, a su espalda crucificada,  su cuello con mis lengua y labios devoraba, introduciendo los dedos con profundidad; primero uno, luego dos para después no saber cuántos hasta el momento que ella, sofocada entre en mis manos que su sexo me humedecieren, suplicare colmada por el que yo el acoso detuviere. Lo hice, retirando de su pelvis mis manos, desatándole las muñecas y quitando el lienzo que de sus ojos le cegaren, Petrouchka respiraba aún agitada, al igual que yo le hiciere cuando desaté sus tobillos; nos quedamos ahí, yo a su espalda arrodillada y crucificada; ella  sobre el respaldo de la silla echada. Su dorso estaba enrojecido y le recorrí con mis dedos… permanecimos así algunos minutos, ambas fatigadas, deseosas del descanso que una tregua a las beligerantes guerrilleras un lecho nos proporcionare; le tomé por un brazo y le conduje hacia mi habitación que se encontraba en la parte alta, caminado a través del recibidor para subir por la escalinata en forma de U invertida y que conducía hacia el pasillo superior; ambas en mi cama nos acostamos, arropándonos con las sabanas sin despojadnos del liguero y las medias, lo cual agradecí el que a mí permitiere dormir ceñida de esa sensual feminidad extrema que un par de prendas nos dieren.

 

VII
– ¿Chica, aparte de pendeja me resultaste masoca? – Inquirió, aumentando su tono de voz mientras nos sentaremos a la mesa del antecomedor- ¿pero qué mierda te pasa por la cabeza? Mira que nunca te he juzgado, y bien lo sabes…

– Vale, que la dicotomía freudiana inicial entre mi yo y las pulsiones sexuales han de llevadme a ser un ejemplar único y perfecto de la pulsión de muerte. Venga chica, que me he convertido en todo un caso para ser analizado por Jung, ¿os parece mejor por Sabina Spielrein?, total, ambas rusas le somos, y quizás también ambas amantes… pero vale, que la Spielrein ya muerta años tiene y yo rusa no le soy sino ucraniana, así que vale, os conformaréis con que masoca me quede.

– ¿Y qué, quieres que te auto compadezca? Que mira chica, bien la compasión con la sumisión te viene; ¿pero que no piensas? te estás dañando más de lo que ya lo has hecho.

– ¿Más de lo que ya lo he hecho? A qué coño os referís Sveta; anda, decidle, escupidle de una vez: desviada o depravada son las palabras que os escapan.

– Y venga de nuevo con tus pinches complejos; bien sabes a qué me refiero, miles de veces te lo he dicho, deberías de haber ido con un endocrinólogo en lugar de estarte metiendo todo lo que te metes.

– Vos sabéis no puedo consultadle, ninguno me recibiría sin la compañía de mis padres, y ambas sabemos eso no sucederá.

– ¿Y qué con tu abuela? Es obvio que te apoya, o qué, ¿prefieres arriesgarte y autodestruirte tu solita?,… no, ya no estás solita, ahora tienes a Petrouchka que te ayuda a flagelarte, así al menos te va a ser más cómodo estar compadeciéndote.

– Pero mirad que si sois bestia Sveta –interpelé al levantadme del asiento para dirigidme a la cocina y tomar un par de cervezas del frigorífico, regresando con ellas para entregadle a Svetlana una lata- Claro que la abuela me apoya, mirad lo que recién me ha comentado, vos habéis escuchado lo que me decía antes de idnos al centro comercial; si por ella fuere, ya me habrían hecho el SRS, ello claro está; que vale, también yo le he pensado, para qué mentíos…

– Puf, sí que te ves buenona con esa batita –comentó al miradme después de entregadle la cerveza- vale, negligé,… chica, que eres de buena teta…

– Sveta, nada de ligues, ¿vale? –respondí mientras burlonamente posare para ella- ¿Sabéis? Petrouchka me hizo sentir así,… fémina, atractiva, lascivamente deseada; me agradó sentidle, sabedme que pudiere de ella despertar sus deseos sexuales me ha llenado de todo aquello que falta me ha hecho.

– Se supone qué te debería de haber descendido la libido, pero creo que te sucede todo lo contrario; cada vez estás más “calientita” –ambas sonreímos- Mira, sí, cuando te arreglas te ves muy atractiva, que si no fueras mi amiga ya te habría ligado, no lo dudes, por eso te digo que eres una pendeja,… “una pendejototota”; lo tienes todo, naturalita… linda cara, buena teta, culito lindo, ¡y por Dios chica!, con ese negligé,… me hubieras dicho para venir preparada –ambas nuevamente reímos de ello.

– Vale Sveta, que no soy de vuestro tipo

– ¿Y quién te lo dijo? –respondió sonriendo- ya en serio, es que no logro comprender como demonios pudiste dejar que te hiciera un sado.

– ¿No habéis pensado en que no es que le dejare, sino en que yo deseaba que ella me lo hiciere?

– Pues no, ni lo he pensado ni lo comprendo.

– Mirad, cuántas veces no hemos charlado sobre qué tal o cual chica,… mmm, pensad en Kathina Narivolova, en ella, pensad en ella; cuantas veces no hemos dicho nos gustare “nos hiciere esto o aquello”, o en lo que siempre decimos: “con esa chica me dejaría hacer todo”. ¿No es acaso ello un acto sumiso?, dejadnos hacer todo en lugar de hacedle todo, o mejor aún, hacednos de todo, que en todo caso la inclusión la igualdad expresare; pero no, solemos pensar en “que nos hagan” o para aquellas más atrevidas –argumenté al tiempo que con los dedos entrecomillaba la charla- “El hacedle”. Pues vale, que mucha diferencia no veo en que Petrouchka “me lo hubiere hecho en la forma en que ella quisiere, y en la que yo deseare”

– Venga chica, que estás siendo demasiado exagerada, cuando decimos “que me haga” no nos referimos al sado.

– Puedo con vos concordar en ello, más aun así denostáis sumisión ante el hecho.

– No, no, para nada, cuando nos referimos a “que me hagan” es sencillamente porque ella, o él, cuenta con lo suficiente para,… para,… pues para hacerle, vale, para metértela.

– Ya, ¿y nosotras no contamos con lo suficiente para que ellos, o ellas, la puedan meter? Sin embargo, asumimos la posición sumisa de que “me lo haga” y no “se lo voy a hacer”

– No pienso igual que tú –contestó mientras tomaba un trago de cerveza de la lata.

– Muy Spielrein me he visto, ¿verdad?, vale, freudiana,… que coños, ni siquiera sé si ellos así le hubieren pensado –respondí tomando igualmente un largo trago de cerveza.

Ilustración: Wrapped around your finger, por Apollonia Saintclair

 

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Sobre Ericka Volkova

Ericka VolkovaEricka Volkova nació en México D.F. en 1982. En ese mismo año se traslada junto con sus padres a Europa del este en donde trascurre la mayor parte de su vida, descubriendo que la sexualidad no es quien la define, pero sí quien la etiqueta. De profesión ingeniera, a combinado su labor literaria bajo distintos seudónimos, evitando así, que las etiquetas sean quienes le definan. En la actualidad mantiene activo un blog sobre prosa poética con temática principalmente lésbica y transexual.

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    Una fantástica mezcla entre crónicas, cuentos, fotografía y poesía: Soriano, Sacheri, Cinzano, Navarro, Oyarzún, Meneses, Acosta, Chamorro, Silva, Allende, Velázquez y más. No se la pierdan.

  • Colaboradores

    Maivo Suárez
    Andrés Torres
    armando rosselot
    juan ramón ortiz galeano
    cristian briceño gonzález
    michael rivera marin
    Iván Baeza Barra
    aldo astete cuadra
    ana patricia moya
    Felipe Valdivia
    juan josé podestá
    Ángel Gómez Espada
    Natalia Figueroa
    cristian bertolo
    Francisco Ovando
    arturo ruiz
    Renso Gómez
    fernanda melchor
    rosario concha
    Marcelo Díaz Barría
    Joaquín Trujillo
    solange rodriguez pappe
    alexis donoso gonzález
    patricio navia
    p.d. ouspensky
    albert compte
    jasmín cacheux
    gloria dünkler
    Leonardo Medina
    Uriel Hernández Gonzaga
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