hope gangloff Vio et Livres

Había tratado de explicarse. Tenía ese defecto. Quería explicar todo. Aunque nunca era todo, por supuesto. El mundo no era. Lo entendía poco. Demasiadas abstracciones, mucho espacio y geometría y cuestiones físicas, sociopolíticas y económicas que terminaban siendo un entramado de insensateces con las que nunca aprendió a manejarse. El mundo era una buena escenografía. Un lugar de tránsito. Como esos pasillos y salas de aeropuerto donde se está cuando no se está en ninguna parte, cuando se está cambiando de un país a otro y no debes pisar centímetros de más fuera de esas moquetas infectadas de gérmenes y tiempo detenido. No, no había tratado de explicarle el mundo. Él lo conocía bien. Era uno de esos hombres altísimos que viajaba solo. Uno de esos a los que observaba imaginando dónde iban, a qué se dedicaban, quién los esperaba y qué llevaban en su ordenadísimo equipaje de mano. Él era uno más. Un hombre al que un viaje podía cambiar para siempre sin que se notara. Eso era tan fascinante como inexplicable y ella quería traducirlo hacía tiempo. Trataba. Muchas veces. Sin éxito. Por suerte, era un hombre paciente. Hay que ser paciente y tener las cosas claras o, mejor dicho, los afectos, sí, hay que tener los afectos claros para aceptar que los viajes pueden cambiarte la vida pero igual regresar a un lugar llamado casa. A ella le había costado encontrar su lugar en el mundo y todavía hoy podía echarse a llorar sin previo aviso porque se cansaba de golpe de no pertenecer a ningún lado, de ser parte de un árbol genealógico talado y esas barbaridades que pensaba cuando viajaba y al llegar a cada nueva habitación de hotel se daba cuenta de que no había nadie a quien avisar de que seguía viva. Por eso las postales. Los mensajes. Lo había elegido para mandarle mensajes a deshora desde cualquier punto del mapa. Y para despedirse en aeropuertos. Subir a un avión es como entrar en quirófano. Antes de volar conviene dejar las cosas claras. Despedirse. Él había entendido esa parte y cuando entendía las cosas no las repetía. Hay hombres así. Hombres que no necesitan constatar lo que funciona. Sabía que lo necesitaba en aeropuertos y no le molestaba. Después de todo nunca se atrevió a llamarlo desde uno. Hay demasiadas películas donde los aeropuertos se convierten en escenario final. Personajes que cruzan la ciudad corriendo para llegar a la puerta de embarque del vuelo de alguien. Detesta esa falacia cinematográfica. Es imposible llegar hasta una puerta de embarque sin pasaje. Están todas esas infernales medidas de seguridad diseñadas para que se sienta culpable. Delincuente de alto rango. Cada vez que un empleado fronterizo toma su pasaporte piensa que es el fin. Descubrirán que está involucrada en algo terrible y es lo bastante estúpida como para no haberse dado cuenta, así que, señorita, tiene que acompañarnos. Por acá. Pero no. No sucede nada. Y eso que en la foto de su pasaporte no puede tener más cara de terrorista de la que tiene. En algún momento los trámites terminan y comienza un tiempo de espera donde, si fuera más valiente, más linda, más inteligente o más normal, tendría que llamarlo. Pero odia hablar por teléfono. Cuando era chica el teléfono era algo que se usaba deprisa y sólo para emergencias. Recordaba cuando no tenían y tocaba correr hasta el bar más próximo para recibir llamadas. Después sí, después tuvieron y era ella quien corría para avisar a las vecinas que atendían llamadas en su casa. Las llamadas eran algo importante para lo que había que correr. Se hablaba poco y rápido. Ahora la gente habla demasiado por teléfono. Siente vergüenza cuando escucha conversaciones donde se entera de que alguien olvidó darle la medicación a la abuela, fue despedido por ser un imbécil o se fue porque las cosas no estaban bien y viste cómo soy, no puedo fingir. No necesita esas intimidades en su oreja. Por eso cuando recibe una llamada pregunta enseguida qué pasó. Una vez él llamó por su cumpleaños pese a saber que es una loca de mierda que no puede celebrarlo como la gente. Tiene serios problemas con el paso del tiempo y cuando llega su cumpleaños todo le parece de mal gusto y hace rato que no entiende qué es lo celebrable de esa fecha. Hubiera querido que la tranquilizase con una frase certera y liviana. Una de esas brevedades que suelta cada tanto como quien no quiere la cosa. Frases que hacen que se sienta totalmente desmedida y desordenada y él, por contraste, parezca un monje zen. Piensa que si logra hacer reír al monje cada tanto podrá digerirla. Como una de esas pastillas que se toman camufladas con yogurt. Algunos días cree que no está bien quererlo así y considera seriamente que todo, hasta él, sea producto de su imaginación. Aunque sabe que nunca hubiera podido inventar un tipo como él. Agradece todo que logra en ella. Sin proponérselo. Si lo intentara conscientemente jamás le saldría tanta hazaña. Misiones más dignas de un ángel de la guarda que de un señor acostumbrado a los aviones, la verdad. Recuerda esa película terrible donde Nicolas Cage es el ángel de la guarda Meg Ryan. En la peli los ángeles visten de negro y andan tras la gente como guardaespaldas. Soplan para aliviar un dolor de cabeza o hacen que se mire justo a tiempo para que no te atropellen. Le gustó ese formato angelical. Y sí, sabe que es una estupidez pero lo pensó muchas veces como un tipo vestido de negro que la sigue por ahí. A veces le manda mensajes con forma de poema y hace lío. Una vez él le agradeció que fuera su «hada madrina». No entendió bien a qué se refería pero le dio menos vergüenza pensarlo como su ángel de negro. Lo que estaba claro es que semejantes imágenes eran tan amorosas como incompatibles. No hay manera de que un ángel y un hada cojan. Ni de casualidad. Claro que ese nunca fue el tema. Ser otra otra. En algún momento entendió que aunque pensarlo como el hombre de su vida sea una importante mejoría para su salud mental y suponga un cambio de paradigma de ciento ochenta grados en relación a todas las personas que alguna vez amó, ninguno haría feliz al otro. Claro que una cosa es entender algo y otra llevarlo a la práctica, corregir los sistemas atrofiados, reprogramarse. Esa parte no le sale.

En unos días él cumplirá años. Ella lo celebrará en tres aeropuertos diferentes y mandará mensajes con buenos deseos desde varios países y él comenzará de nuevo a preguntarse cómo hacer para que deje de quererlo así. Después de todo nunca hizo nada para que lo quiera ni un poquito. Sólo fue amable. Se ve que ella confunde la amabilidad con cualquier cosa. Ahora que está por despegar y debería llamarlo pero no, supone que algún día dejará de pensarlo en aeropuertos. Espera que para ese entonces estén a salvo y sean felices. Signifique lo que signifique eso. Te quiero, escribe. Y antes de apagar definitivamente el móvil para no ser responsable de que colapse el sistema nervioso del avión, envía.

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Contra Nube” forma parte de Mercaderías, proyecto de escritura que nace en 2012. Bajo ese título concibo la producción de textos de diverso género – poemas, prosa poética, correspondencia, canciones, monólogos y obras de teatro – sin objetivo final determinado. Gran parte de los textos asume la hipótesis del lector ideal como receptor convirtiéndolo en una suerte de amigo, confidente y amado. El trabajo práctico sobre el material, hasta la fecha, culminó con la presentación de varias piezas teatrales inéditas y la realización del happening “Texto con vos” en la unigalería porteña Una Obra un Artista (diciembre de 2013) donde improvisé en público una escritura constante durante cinco horas invocando la aparición de mi lector ideal.

Ilustración: Hope Gangloff, Vio et Livres