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“Cuando, de pronto, los treinta pájaros lo miraron,
dichos pájaros eran ellos mismo el Simurg”.

Farid ud-Din Attar.

Si en El lenguaje de los pájaros, el persa Farid ud-Din Attar, narra el difícil tránsito de un grupo de aves, por siete valles, en busca de su unión con la divinidad, en Ornitomancia, de Juan Manuel Silva Barandica, este mismo proceso se ve representado en su sentido inverso, donde la filiación a la memoria de los recuerdos familiares, en su mayoría despedazados, y el uso de la adivinación como parte de una poesía que busca respuestas más allá del presente de los hechos o de las palabras, deja a la voz de estos poemas frente a su más completa orfandad.

Dividido en dos partes, el poemario comienza con una cita de Proust en la que este explica su predilección por la creencia celta de que las almas de los seres perdidos sufren cautiverio en un ser inferior, ya sea un árbol, una planta o un pájaro, y que cuando se les nombra o se les reconoce se liberan de sus ataduras, permitiéndose vivir de nuevo entre los hombres.

Esta pretensión humana de no querer morir como un animal y la idea, presente también en Cetrería, el primer libro del autor, de que la naturaleza es en muchas ocasiones como la poesía, inabarcable, explica la imposibilidad de la voz de los poemas para configurar su expresión poética como un ejercicio trascendente.

En el primer texto del conjunto, “Chorlito” (Pluvialis dominica), ave norteamericana que anida en el suelo, asistimos al comienzo de este problema que, a lo largo de “Ornitomancia”, irá tomando variadas formas:

El espacio se diluye en el viento […]
Hay quienes fueron la conquista: el prado que arropa los huesos,
nosotros, la sencilla canción de las hojas que el otoño arrastra.

Señalado el lugar desde donde se va hablar: fuera de ese prado que arropa los huesos de los victoriosos, la voz de estos poemas propone “la canción sencilla de las hojas que el otoño arrastra” como una única posibilidad de permanecer, aunque sea solo a partir de esa medida natural del tiempo, que son las estaciones, donde “el espacio se diluye” y se ignoran “la catástrofe y las magnitudes que hacen girar la historia”, el tiempo cultural.

En este mismo sentido, la propia palabra poética se ve desplazada por el peso de la realidad y de los deberes humanos hacia la ilusión de una temporalidad construida por instantes, como se lee en el poema “Cardenal” (Paroaria coronata):

Mi abuela trenzó sus manos a las mías y me dijo:
mijito, dedique su tiempo a cosas productivas,
vaya a ver si llueve o cace los pájaros de esta copia
feliz, este Edén: parte de un chiquero, el mundo
es a veces un dibujo animado: y un niño cava
agujeros con sus manos para luego taparlos
con ramas: una trampa: el lugar donde se cae
o se falla: la realidad, entendería luego.

Por otra parte, una solución a esta división binaria de los acontecimientos se da en el lecho de muerte, donde la propia voz de los poemas deja de habitar su espacio, deja de amarse y de odiarse a sí mismo, no reconoce en qué lugar está, salvo cuando señala: “observo cansado cómo el tiempo me da hermanos: me voy repitiendo en la familia”, como aparece en el poema “Cachudito” (Anairetes parulus):

Las agudas diferencias se liman bajo tierra.
[…]
El amor y la reproducción son similares:
no necesitan de una respuesta exterior.

Restos de una existencia que no trasciende, salvo en la memoria que lo filia a la única búsqueda posible: el camino reiterado del regreso, donde el encuentro con sus seres amados, “entre coros de aullidos y voces”, hace que ese canto familiar sea reconocible.

Pingüino macaroni (Eudyptes chrysolophus)

Como halla a su familia
su padre lo escuchó mucho antes
agitándose en la madre.

Sin estridencias y con un animismo medido, Ornitomancia, de Juan Manuel Silva Barandica, da cuenta de una identidad fragmentada, de un “yo” que incluso se anuncia sin cuerpo y que en esta búsqueda de fijarse un lugar entre los hombres, declara, por todos nosotros, su condición de huérfano de la época o el tránsito que le tocó vivir.

¿Cómo despedirse de cada cosa?
[…]
Yo también fui un pájaro
y me perdí como una conversación
entre teléfonos.
Hice lo que pude. Te quiero. Un beso

Se lee en el poema “Gorrión” (Passer domesticus), dedicado al padre, fallecido en 2016.

La biografía del autor inserta en los poemas podría dar pie a pensar que este libro toma la forma de un panteón familiar donde las jerarquías humanas se ven representadas de igual manera en su equivalente natural: pájaros más o menos prestigiosos que otros; aves con una carga moral que desplaza a los que no la poseen. Pero no, se trata de un ejercicio que escapa a las formas tradicionales de la fábula o de las representaciones típicas de tipos humanos.

El imaginario de Juan Manuel Silva Barandica está repleto de pájaros que figuran o siguen la ilusión de un destino:

[…]
Porque no es sólo un ocho lo que traza
el ala su batir en son de guerra.

 

 

“Cóndor” (Vultur gryphus).

O,
[…]
la vida se mueve en la saeta de una formación militar
que oscila y desciende.
Medíamos el tiempo con instrumentos de guerra
como el llanto de un trabajador desempleado.

“Playero gordo” (Calidris canutus).

da cuenta de un posición consciente sobre el devenir de la propia existencia, que no encuentra en la poesía o en sus definiciones, sino en la herida, las razones que preceden su búsqueda:

Los mapuches lo llaman kill-kill, en inglés: muere-muere:
tiempo de descuento o la injuria, último gol gana todo
como si eso fuese suficiente, pero nuestro canto
es sólo un anuncio, una señal,
una noticia de ninguna parte que repite lo que falta.

“Chuncho” (Glaucidum nanum).

Esta manera sombría e intemporal de nombrar, encuentra en el título de la obra su ethos principal: al igual que los treinta pájaros que casi al final del libro de Farid ud-Din Attar se dan cuenta de que ellos mismos son el objeto y el camino de su búsqueda, el Simurg, la voz de estos poemas hace lo propio al enfrentar lo espurio de su existencia con el arte adivinatoria de la ornitomancia, la que no ofrece respuestas de futuro ni menos la posibilidad de trascender fuera de esa temporalidad hecha de instantes. Se lee en el poema “Águila calva” (Haliaeetus leucocephalus):

Los antiguos adoraban este ser y su simbolismo
a través del trabajo de la visión y la sabiduría.

Y, en el poema “Zorzal chileno” (Turdus falcklandii):

el ave digiere la luz para expresarla
esa variación perseguimos como tema
pero carezco de entusiasmo espero
alguien llene con el mundo las imágenes
o logre abrir de noche la diosa del musgo
antes que el sol y su limpia destrucción.

De formas y experiencias desacralizadas está construido este libro, que al igual que un ave lastimada en pleno vuelo no se resigna a permanecer fuera de su espacio vital, incluso a costa de la esperanza de la imaginación:

No imites la vida, sé como ella: nube,
hielo y todo lo que cubre nuestra tierra.

“Colibrí austral” (Sephanoides sephanoides)

O,

Una acción se niega a la trascendencia.
El polvo que llena este teatro de sombras
ignora el sentido del huevo y el recado
de un campesino en copto antiguo
o una receta de pan en un jeroglífico.

“Codorniz” (Caliplepa californica)

Ilustración: Paula Braconnot

César Cabello

(Santiago, 1976). Ha publicado Las edades del laberinto (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2008), Industrias CHILE S.A. (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2011) y El País Nocturno y Enemigo (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2013).