(1936)

10 de abril

Cuando un hombre se encuentra en mi estado no le queda sino hacer examen de conciencia.
No tengo motivos para desechar mi idea fija de que cuanto le sucede a un hombre está condicionado por todo su pasado; en resumidas cuentas, que se lo merece. Evidentemente, he hecho cosas tremendas para encontrarme en esta situación.

Ante todo, ligereza moral. ¿Me he planteado alguna vez de verdad el problema de lo que debo hacer en conciencia? Siempre he seguido mis impulsos sentimentales, hedonísticos: De esto no hay duda. Hasta mi misoginia (1930-1934) era un principio voluptuoso: no quería fastidios y me complacía con la actitud. Cuán invertebrada era esta actitud, se ha visto después. Y también en la cuestión del trabajo, ¿he sido nunca otra cosa que un hedonista? Me complacía en el trabajo febril a golpes, bajo el estro de la ambición, pero tenía miedo, miedo de atarme. Nunca he trabajado de verdad y, en realidad, no sé ningún oficio. Y también se ve claro otro fallo. No he sido nunca el simple inconsciente que se da sus satisfacciones y se lo toma a broma. Soy demasiado vil para esto. Siempre me he halagado con la ilusión de sentir la vida moral, y he pasado momentos deliciosos —es la palabra justa— planteándome casos de conciencia sin propósito de resolverlos en la acción. Si no quiero descubrir la complacencia que en otro tiempo sentía en el envilecimiento moral con propósito estético, esperando de él una carrera de genio. Y este tiempo no lo he superado todavía.
Una prueba. Ahora que he llegado a la plena abyección moral, ¿en qué pienso? Pienso en lo hermoso que sería que esta abyección fuese también material, tuviese por ejemplo los zapatos rotos.

Sólo así se explica mi vida actual de suicida. Y sé que estoy condenado para siempre al suicidio ante todo obstáculo y dolor. Es esto lo que me aterra: mi principio es el suicidio, nunca consumado, que no consumaré nunca pero que me halaga la sensibilidad.
Lo terrible es que todo lo que me queda ahora no basta para enderezarme porque en un estado idéntico —aparte las traiciones— había estado ya en el pasado y ya entonces no había encontrado ninguna salvación moral. Tampoco esta vez me templaré, es claro.
Sin embargo —o la infatuación me engaña, cosa que no creo—, había encontrado el camino de salvación. Y con toda la debilidad que había en mí, aquella persona[31] sabía atarme a una disciplina, a un sacrificio, con el simple don de sí misma. Y no creo que ésta fuese la virtud de Pierino, porque el don de ella me elevaba a la intuición de nuevos deberes, los corporeizaba ante mí. Porque abandonado a mí mismo, he tenido la experiencia, estoy seguro de no cumplirlos. Hecho un destino y una carne con ella, lo habría conseguido, estoy igual de seguro de ello. También por mi misma vileza: habría sido un imperativo a mi lado.

En cambio, ¡lo que ha hecho! Quizá ella no lo sabe, o si lo sabe no le importa. Y es justo, porque ella es ella y tiene su pasado que determina su porvenir.
Pero ha hecho esto. Que yo haya tenido una aventura durante la cual he sido juzgado y declarado indigno de continuar. Ante esta caída, ya no es absolutamente nada el dolor del amante, que sin embargo es tan atroz, o el deterioro de la situación, que es igual de grave.
Se confunde el sentido de esta caída con el golpe que en 1934 había dejado de dolerme: fuera la estética, fuera las poses, fuera el genio, fuera toda la impedimenta, ¿he hecho algo en mi vida que no fuese de tonto?
De tonto en el sentido más trivial e irremediable, de hombre que no sabe vivir, que no ha crecido moralmente, que es vano, que se sostiene con el puntal del suicidio, pero no lo comete.

20 de abril del 36

Veamos si también de aquí se puede sacar una lección de técnica. La acostumbrada — trivial, pero todavía no comprendida. Es sumamente voluptuoso abandonarse a la sinceridad, anularse en algo absoluto, ignorar cualquier otra cosa; pero, precisamente porque es voluptuoso, hay que dejarlo. Si algo debería estar ya claro para mí, es esto: todas las palizas que me he llevado han sido por culpa de mi abandono voluptuoso a lo absoluto, a lo ignoto, a lo inconsciente. No he comprendido todavía qué es lo trágico de la existencia, no me he convencido todavía. Y sin embargo está muy claro: hay que vencer al abandono voluptuoso, dejar de considerar los estados de ánimo como fines en sí mismos.

Para un poeta, es difícil. O también muy fácil. Un poeta se complace en hundirse en un estado de ánimo y se lo disfruta — ésta es la huida de lo trágico. Pero un poeta no debería olvidar nunca que un estado de ánimo todavía no es nada para él, que lo que cuenta para él es la poesía futura. Este esfuerzo de frialdad utilitaria es su tragedia.

Que hay que vivir trágicamente y no voluptuosamente está demostrado por cuanto he sufrido hasta ahora. Mejor, por cuanto he sufrido inútilmente. Me ha abierto los ojos la relectura de las poesías de 1927. Encontrar, en aquella prolija y napolitana ingenuidad, los mismos pensamientos y las mismas palabras del mes pasado me ha aterrado. ¿Han pasado nueve años y yo respondo todavía tan infantilmente a la vida? ¿Y aquella virilidad, que parecía algo mío duramente conquistado durante los años del trabajo, era tan inconsistente?

Menos que a cualquier otra cosa se le puede echar la culpa de tal insuficiencia a la poesía. La poesía, si acaso, me ha enseñado a dominarme, a arrepentirme, a ver claro; la poesía me ha rendido en el más práctico de los sentidos. La culpa la tiene la fantasía, cosa muy distinta y enemiga del buen arte. La tiene mi necesidad de evitar responsabilidades, de sentir sin pagar.
No es sólo un símil el paralelo entre una vida de abandono voluptuoso y el hacer poesías aisladas, cortas, una de vez en cuando, sin responsabilidad de conjunto. Esto habitúa a vivir a golpes, sin desarrollo y sin principios.

La lección es ésta: construir en arte y construir en la vida, desterrar lo voluptuoso del arte lo mismo que de la vida, existir trágicamente.
(Esto no prohíbe, por supuesto, hacer el puerco de vez en cuando, o el sonetucho y la novela; mejor, hay que hacerlo. Tan sólo recordar que para componer una novela o una función no hay que revolver el cielo con la tierra.)

Una vez explicado y suscrito esto, es humano dejarme desahogarme y meditar que sinrazón más grande nadie me la había hecho nunca. No por la cuestión del amor —estamos hasta las pelotas del amor— sino por aquella otra razón que precisamente esta vez estaba tratando de satisfacer, de responder, de atarme y limitarme, de tragedizar lo voluptuoso. Está bien que me haya sucedido lo contrario: se verá así si mi virilidad puede recobrarse. Está bien, está bien, pero también ha sido una gran villanía. Y pensándolo bien, excluyendo de buena gana toda voluptuosa fantasía y pasión, ¿quién puede decir si mi tortura no nace precisamente de esto — que se me ha hecho una injusticia, una maldad? ¿Y no se encuentra también aquí una lección de técnica, una poética?

25 de abril

Hoy, nada.

(¡!) (6 de septiembre)

He descubierto un tipo de hombre que se toma trágicamente en serio los deberes morales. Piensa enseguida que un principio moral ha de afirmarse incluso ante la prisión, la muerte, el suplicio, etcétera; y, aterrorizado ante tamaña obligación, no osa resolverse a definir y servir su principio moral. Este individuo vive en efecto voluptuosamente (cfr. 20 de abril) y no tiene principios. En el fondo, es nobleza de sentimientos.

(13 de septiembre)

Entre los síntomas que me advierten que se ha acabado la juventud, el mayor es el darme cuenta de que la literatura ya no me interesa de verdad. Quiero decir que no abro ya los libros con aquella viva y ansiosa esperanza de cosas espirituales que, a pesar de todo, sentía antes. Leo y querría leer cada vez más, pero no recibo ahora como antes las distintas experiencias con entusiasmo, no las fundo ya en un sereno tumulto prepoético. Lo mismo me sucede cuando me paseo por Turín, no siento ya la ciudad como un estímulo sentimental y simbólico a la creación. Ya está hecho, se me ocurre responder cada vez.
Habida justa cuenta de las magulladuras varias y de los berrinches y cansancios y de los abandonos, queda claro que no siento ya la vida como un descubrimiento —y tanto menos por consiguiente la poesía— sino más bien como un frío material de especulaciones y análisis y deberes. Aquí late ahora mi vida: en la política, en la práctica, en todas las cosas que sirven de los libros, pero los libros no aman, como hace en cambio la esperanza de creación.
Ahora bien, también de joven me organizaba éticamente: encontrada la posición del impasible buscador, la vivía y aprovechaba en creaciones. Ahora que de aprovecharla en creación he dejado en serio, me doy cuenta de que ni siquiera me basta para vivir.
Y un dilema grave: ¿he perdido hasta ahora el tiempo apostando por la poesía o mi estado actual es la premisa de una más profunda y vital creación?

(2 de octubre)

Por fin, algo positivo. Aquel horror de la bulla pública, aquel asco de los mezquinos gestos ajenos, aquel remordimiento de mis dudas e indignidades formales son la prueba de una suficiencia mía, de un sentido del comportamiento mío, que tienen dignidad. También mi búsqueda de poesía objetiva quería decir esto.

Hoy, sin embargo, estoy desolado por haber descuidado siempre hasta ahora las formas, las maneras, por no haberme hecho un estilo de comportamiento, sino haber actuado siempre a tontas y a locas fiándome de mi gusto desdeñoso y cometiendo así infinitas meteduras de pata románticas.

¿Por qué las mujeres en general tienen mejores maneras que los hombres? Porque deben esperarlo todo de su efecto formal, mientras los hombres actúan o piensan. Hay que volverse más mujer.

1938

24 de enero

El sentimental (= deformador de valores), llamado también soñador, empieza por creer que su ineptitud para las cosas prácticas es un despreciable precio que hay que pagar a la Armonía Preestablecida en compensación de los inefables consuelos y triunfos que encontrará en sus sueños.
Luego, descubre que también el mundo de los sueños requiere una práctica, una astucia, tal como el otro. Pero sucede siempre que se da cuenta de ello cuando ya no es el momento de vencer a la inveterada ingenuidad. Y éste es el verdadero precio que le toca pagar.
En el fondo, yo no busco en la vida más que las pruebas para darle con el cuero de la cabeza a los pies. ¿A quién? ¿A la vida?
Aprende de Ella: siempre que le leo un pensamiento indiscutible y ofensivo, ella sonríe tolerante y no acepta la discusión. Eso es lo que hacen los astutos. Especialmente consigo mismos.

Habría que asombrarse si fuese diferente: se acumula, se acumula rabias, humillaciones, barbaridades, angustias, llantos, frenesíes y al fin nos encontramos con un cáncer, una nefritis, una diabetes, una esclerosis que nos aniquila. Y voilà.
Lo feo de las desgracias es que acostumbran a interpretar también como desgracias las cosas indiferentes. (Será corregido el 1 de noviembre de 1938.)
Tienen razón los idiotas, los locos, los duros de mollera, los violentos, todos —menos las personas razonables. ¿Qué otra cosa se hace en la historia sino inventar explicaciones razonables de las propias locuras? Que es como evocar nuevos locos que crearán un desconcierto total.

Hay que ser locos, no soñadores. Estar más acá del orden, no más allá.
Un loco puede todavía volverse cuerdo, pero al soñador no le queda más que apartarse de la tierra.
El loco tiene enemigos. El soñador sólo se tiene a sí mismo.
El cristianismo no puede morir porque contiene la posibilidad de todas las disciplinas.
Éste es el extracto de todos los amores:
se empieza contemplando,
exaltados
se acaba analizando,
curiosos

¿Qué me importa de una persona que no esté dispuesta a sacrificarme toda su vida? Que ésta es la inconfesada pretensión de todos, se ve porque todos se casan (o querrían casarse). ¿O es que casarse es quizá pretender otra cosa? Por supuesto que también nosotros estamos a la recíproca. Sí, pero with a difference: si esa otra persona cambia de idea, naturalmente la cambiaremos también nosotros, mientras no es del todo natural que si nosotros cambiamos de idea (una cana al aire el domingo), también la otra tenga este derecho. ¿Digo bien?

1950

8 de mayo

Ha empezado la cadencia del sufrimiento. Hoy por la tarde, al oscurecer, corazón oprimido —hasta la noche.

10 de mayo

Veo claro, poco a poco, que si vuelve será como si no estuviese. «I’ll never forget you», que es lo que se le dice a quien se tiene la intención de dejar.
Por lo demás, ¿cómo me he portado yo con las que me fastidiaban, me aburrían, las que no quería? De idéntica manera.
El gesto —el gesto— no debe ser una venganza. Debe ser una tranquila y fatigada renuncia, un balance de cuentas, un acto privado y rítmico. La última respuesta.

12 de mayo

Escrito otro argumento: Amore amaro. ¿Y qué? Tendrá el mismo destino, y si tuviese uno mejor, ¿servirá para algo que no sea alejarla más?

13 de mayo

En el fondo del fondo del fondo, ¿no he cogido al vuelo esta extraordinaria aventura, esta cosa inesperada y fascinante, para volver a caer en mi viejo pensamiento, en mi antigua tentación; para tener un pretexto para volver a pensar en ello…? Amor y muerte —éste es un arquetipo ancestral.

16 de mayo

Ahora, el dolor invade también a la mañana.

27 de mayo

La beatitud de 1948-49 está enteramente expiada. Detrás de aquella satisfacción olímpica estaba esto —la impotencia y el rechazo a comprometerme. Ahora, a mi modo, he entrado en el remolino: contemplo mi impotencia, me la siento en los huesos, y me he comprometido en la responsabilidad política, que me aplasta. La respuesta es una sola —suicidio.
Dilema. ¿Debo ser un perfecto amigo, que todo lo hace por su bien, o un resuelto endemoniado que se desencadena? Inútil pregunta —ya está decidido por todo mi pasado, por el destino: seré un amigo endemoniado que no conseguirá nada— pero quizá tenga valor. Todo dependerá de tenerlo en el momento bueno —cuando no le haga daño—, pero que lo sepa, que lo sepa. ¿Se puede renunciar a esto?
Es verdad que yo sé más cosas de ella que ella de mí.

30 de mayo

Todas estas quejas no son estoicas.
¿Y qué más da?

22 de junio

Mañana por la mañana parto para Roma. ¿Cuántas veces diré todavía esta palabra?
Es una felicidad. Indudablemente. Pero ¿cuántas veces la disfrutaré todavía? ¿Y luego?
Este viaje tiene el aire de ser para que sea mi mayor triunfo. Premio mundano. Doris, que me hablará —todo lo dulce sin lo amargo. ¿Y después? ¿Y después?
¿Sabes que han pasado dos meses? ¿Y que, any moment,puede volver?

14 de julio

Vuelto de Roma, desde hace tiempo. En Roma, apoteosis. ¿Y qué?
Ya estamos. Todo se derrumba. La última dulzura la he tenido de Doris, no de ella.
El estoicismo es el suicidio. Además, en los frentes ha vuelto a morir la gente. Si nunca ha de haber un mundo pacífico, feliz, ¿qué pensará de estas cosas? Quizá lo que nosotros pensamos de los caníbales, de los sacrificios aztecas, de las quemas de brujas.

All is the same.
Time is gone by.
Some day you came,
some day you’ll die.
Some one has died,
long time ago.

20 de julio

No se puede acabar con estilo. Ahora, la tentación de ella.

13 de agosto

Es muy diferente. Es ella, la venida del mar.

14 de agosto

Y ella también se acaba de la misma manera. También ella. Está bien. Son olas de este mar.

16 de agosto

Querida mía, quizá tú seas verdaderamente la mejor —la verdadera. Pero ya no tengo tiempo de decírtelo, de hacértelo saber —y además, si todavía pudiese, queda la prueba, la prueba, el malogro.
Veo hoy claramente que desde los 28 hasta hoy siempre he vivido bajo esta sombra —alguien la llamaría un complejo. Diga sin embargo que es algo mucho más sencillo.
También tú eres la primavera, una elegante, increíblemente dulce y flexible primavera, suave, fresca, esquiva —corrompida y buena—, «una flor del dulcísimo valle del Po», diría quien yo sé.
Y sin embargo tú eres sólo un pretexto. La culpa, después de mía, es sólo de la «inquieta acongojada que sonríe ella sola».
¿Por qué morir? Nunca he estado tan vivo como ahora, nunca tan adolescente.
Nada se suma al resto, al pasado. Volvemos a empezar siempre.
Un clavo saca otro clavo. Pero cuatro clavos hacen una cruz.
Mi papel público lo he hecho hasta donde he podido. He trabajado, he regalado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.

17 de agosto

Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de sadismo.
El placer de afeitarme después de dos meses de cárcel —de afeitarme yo, delante de un espejo, en una habitación del hotel, y fuera estaba el mar.
Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado.
En mi oficio soy rey.
En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces!

Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido? Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la «inquieta acongojada», he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas. No importan los nombres. ¿Son algo más que nombres al azar, nombres casuales —si no aquéllos, otros? Queda que ahora sé cuál es mi más alto triunfo —y a este triunfo le falta la carne, le falta la sangre, le falta la vida.

No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora.
Éste es el balance del año no acabado, que no acabaré.

¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?

18 de agosto

Siempre sucede lo más secretamente temido.
Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?
Basta un poco de valor.
Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más.

Ilustración: retrato de Manuele Fior.