
“Las dióstenas más fruguláceas se jifuntan espantadas por el nimibio másculo del gran heglador”, escribe, arrebatado por las febriles horas del insomnio; “todas las clanicoceas me brujantinan el grabonal”, garrapatea en su pequeña libreta de apuntes, en la que escribe desde no sé cuándo, desde mucho antes que usted me dijera que regresaría pronto, Elvira. ¿Recuerda? Y yo, claro, siempre tardo para reaccionar, no le pude decir que no, que no se fuera, que el ángel y el domingo y la lluvia y su voz.
Leer más