
Los bares alrededor del Mercado Mayorista están tan llenos de muchachos que éstos se vuelcan a la calle, y todos avisados y asequibles al dólar yanqui (uno), nunca vi nada semejante desde Viena en 1936. Pero esos pequeños hijos de puta tienen los dedos largos. Ya perdí un reloj y quince dólares. El reloj no andaba. Nunca tuve un reloj que anduviera.
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