La mujer pudo ver desde su ventana el signo definitivo de la capitulación. Al atardecer, un bramido repentino como un trueno rodando por una cañada, como el rumor de muchas y muy rabiosas aguas corriendo desbocadas subió desde las profundidades de la roca donde se asentaba la ciudad. Luego otra explosión, y otra, aquí y allá haciendo reverberar el aire, temblar los cristales y los corazones.
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